El último sueño de un viejo
Se escabullen mis dedos
por entre tus piernas, que se abren voluptuosas, trémulas se abren, gimientes, frágiles,
gimiendo débiles susurros, como débiles ramas del árbol más débil ante el roce
de la brisa. Los dos sabemos que el silencio no es más que la máscara que cubre
y oculta la tristeza. Se escabullen mis dedos, aprendices de hormigas amantes
de la miel. La nube grisácea ligera que pasa por tu mirada me trae una mentira
triangular: estás, no estoy, no estamos, me trae un dolor, que realza la
infinitésima magnitud del instante, veo la guitarra apoyada en la pared que te
espera, veo tiempos giratorios que no dejan de formar remolinos en tus
pensamientos, veo ansiedades que te esperan impacientes, soy la sombra que la
farola deja fuera de su óvalo de luz amarillenta, esa sombra que has pisado
tantas veces madrugueando por las húmedas calles estrechas y viejas, y soy esa
sombra del árbol en el parque del mediodía, sombra que se alarga o se estira, siguiendo
el arco del sol en su parábola diaria, pero siempre fuera del cuerpo, y soy la
sombra de tu risa, de los silencios que no te abandonan. Resbalo, me caigo, mi
dureza de viejo iluso pobremente se alarga en tu vientre, atrevida la dureza
porque atrevida la ignorancia, rastreándote, frotándose temblorosa en las
frutas abiertas de tus carnes, vuelan tus temblores como fiesta de pájaros y
mariposas y violetas y geranios, logro atrapar algún roce, algún beso, los más
débiles. Ahora sonríes y deslizas mimosa y suavemente, ronroneando, la mano
bajo las bragas, ¿por dónde andarán las calideces de las aves, los cantos
rumorosos de los bosques?, noche fría que se refugia en la oscuridad, el dolor
más dulce en las aguas turbias pero transparentes de tus ojos y tus bocas, niebla,
niebla que nos cubre rumorosa, abate sus alas sedosas, nos desnuda, remoto
zumbido de abejas, lejano y suave como rumor de árbol, presagio de viento que
pronto nos zarandeará en la lujuria, un quejido tenue te mordisquea morboso el
labio, sonrisa desnuda, inquieta, que se mueve gozosa moviéndose en delicados
círculos sobre el latido más palpitante, más vivo, arcos de uvas tus caderas,
en cosquilleos de bailes las hormigas caminan por tus dedos, hundiéndose en la
humedad del estremecimiento, noche más fría más adentrada en la oscuridad, cada
silencio es una frontera, un muro de aire deshabitado, se rompen las olas, se
desmadejan, quejosas como lumbres, cruje la materia en el vacío, ¿qué luz negra
encendida en lava trepa desde los más hondo en busca del estallido?, ascienden racimos
líquidos, gimientes, en cascadas que queman las raíces del placer más carnal, fría
la noche en su escultura de derrota consumada, invisible, pero ¡ah, tan
presente, tan contumaz en su invisible vestimenta ausente presencia!, de «la
maravilla de los pájaros», dices, pero es la luz que burbujea, la luz después
de la luz, la luz que viene gozosamente viva a vivir donde ya es la muerte, la
que viene del desgarro, de las cuerdas rotas del violín, noche oscura
depositada en mi frío para ya no irse, ¡ah, la noche, la poesía, la más
asombrosa soledad acompañada de la soledad simplemente sola, origen y destino
de soledad!, noche fría donde el abrigo no abriga y el abrigo es alguna hilacha
de algún verso demasiado antiguo o anticuado o trasnochado o carcomido o
demasiado metido en el tiempo del olvido que se olvida, que solamente abriga lo
que no tiene abrigo, abrigo para la nada, para el cadalso, abrigo que esconde
pero no protege, verso o noche o prosa vertida que confluyen y cohabitan en el
instante, en el justo mismo instante, y no es voluntad de cerrar los ojos, es
el fulminante destrozo que desampara, y ciega, y cambia el caudal de las aguas,
y nubla la vista, poderosa vejez que no perdona, ¡ay, si pudiera olvidarme de
mí mismo y entonces ser yo!, ¿oyes el canto sensible de la mudez elevándose,
viniendo al vuelo, oyes su melancolía de presente que ya no tiene historia, ni
siquiera presente?; el instrumento poderoso de la naturaleza, el sexo, es un
gorrión que en el mismo ciclo circular decapita y esparce la semilla, las
amistades son burguesas, digo bien o digo mal, son cobardes, no pasean por los
parques, se encuentran en falsos escondrijos, que como el alcohol, se valen de
las artimañas de la debilidad, del «quiero que sepas que te quiero», o del aún
más cruelmente cruel y falso o vago, indefinido como el vacío que se engrandece,
«¡si supieras cuánto te pienso cada día!», ¡ah, verdaderos andamiajes falsos!, sublimes
instantes en que el instante desperdiciado, echado a perder, se agradece, ¡tan
cómoda y confortable la sentimental cama de la amistad, tan acogedor ese
abrazo, tan dulce y apacible y gozoso y para nada pecaminoso, aunque
contagioso, el gozo amistoso, tan íntimo, tan puro el deseo que surge
inevitable de lo más inevitable, la pretendida y buscada debilidad!, ¡ah,
poesía póstuma!, la otra raíz que nace de la nada más nada, del miedo, que
rompe la cáscara que disimuladamente espera el momento preciso, sellada del
todo la complicidad, unir los flujos, arrejuntarlos, la sangre de lo verdadero,
la conciencia seducida, la bondad de lo amistoso, tan calmo, tan cerrada y
callada, pero cuando la mirada navega por los mares del sentimiento solitario, desvalido,
¡pobre y descarriada mirada!, las amistades desaparecen, no tienen formas,
también son náufragos que reclaman su parte de soledad al otro lado, ¡ah, el
lado oculto de lo que no existe!, la sorprendente historia de la amistad, columnas
de este tambaleante mundo, cobarde entrega de los ropajes más íntimos. Te miro,
me asusto, no puede ser cierta la historia que pueda caber en un instante, tan
hermosa y mortalmente cierta la historia, tan mortal el instante, y me grito, y
me rebelo, y me digo que no ha de ser cierta la historia, para que así sea
cierta en su plenitud y en su destrozo completo, me rebelo me grito para que palpite,
tenga voz, tenga nombre, tenga alas y nidos y pájaros en la escritura,
innecesario, injusto que sea cierta, basta que sea certera, un puñal clavado en
el corazón, inmejorable el clima de la plenitud, el clima del destrozamiento, en
el equilibrio exacto en que las gotas de sudor sean estas transparentes perlas
en la noche de la serenada, con la luna resbalando por tus muslos desnudos,
mármoles mórbidos que se abren a las aguas, las fresas y las almendras son el
sabor que la lluvia arrastra, sabor de los minerales que resbala indecente de
tus ojos a tus labios, ¡ah, los árboles y los zarzales que se enredan entre los
dedos mientras atardece!, ¡ay, amor, ya nunca te diré que te amo!, instante
quejumbroso y lastimero que se queja de la eternidad tan efímera del instante, relampagueo
de lujuria que se instala en la escritura para guardarse y guarecerse de los
temporales, «¿dónde estás?», me preguntas con tu voz callada de siempre, con tu
mirada mirando a lo lejos de siempre, con tu presencia ausente de siempre, con
tu desnudez hermosa de hembra niña mujer de siempre, y al instante, nunca
pienso lo que digo, en el instante te reconozco lo único que sé, «en ninguna
parte y sin ti», violines y flautas y saxos, hiedras atrapando los muros,
sosteniéndolos, suenan dentro del cuerpo del agua, así es la materia de la no
materia, y al mundo no le importa que te diga «aquí, contigo», a nadie le
importa, a la escritura sí le importa, corren ríos de lava por tus muslos que
me queman los labios y me los alivian con brisa de algas, ¡heridas inmortales!,
¿por qué la tristeza es tan hundidora?, noche fría en su frialdad de muerte, los
sentidos se burlan y juegan a burlarse de la mente, escriben desde detrás de la
escritura, la mente reconoce su impotencia ante las sacudidas repentinas de los
renglones presos que juegan a ser libres, así vuelan los renglones, cegados por
la luz, libertariamente recluidos en lo que no saben ni quieren saber, ¡presa
libertad! Nos sentamos, nuestras manos se abrazan, y jugamos a estar
eternamente juntos, instante de la recogida de los sueños, de la hora de la
tibieza, metidos en la cómoda espera, que en mi caso también lo dejo en cómoda imposible
ya muerta espera. Sé del color de tus territorios y tú sabes que mis
territorios no tuvieron ni tendrán colores. Noche fríamente fría que se
incendia del frío más aniquilador. La poesía es la noche y la noche es la
soledad. Pero es la escritura sumergida en su cementerio de sueños. Flores de
la tristeza.
Quintín Alonso Méndez
Dios mío, respira...,defines muy bien los sentimientos.
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