El último sueño de un viejo
__No me
dejarás dormir…
Entonces soy más
silencio, más quietud, más distancia aunque me quede aquí, donde la nada sabe
apresar y meterse en el alma y porque la nada no puede dejar de morder, es su
motivo. ¡Que muerda, que muerda la presencia que no está, que muerda la
tristeza mientras la otra tristeza, la mía, la otra, la otra mía, la que se
empeña en anularme, roza y abre la carnal boca que se me ofrece y me repele,
como vaivén de tiempos que se fueron y no dejan de irse y se balancean en las
ramas de los árboles que apenas son visibles en la lejanía, mecidos por los
vientos de las llanuras polvorientas, de tiempos que se alejan, siempre
yéndose, alejándose a cada instante de golpe de campana sorda, de esos tiempos
que sólo están aquí, donde la escritura ya está muerta! Muerta aunque te
empeñes en llevarla a los labios, besos de labios secos, agrietados por las
sed, es rosa muerta, seca, piel que ya no siente aunque tiemble con el paso de
la brisa, con las ventanas abiertas. Aquí siempre cerradas las ventanas del
cuerpo. Hermética, como el viejo árbol, seco, la escritura que nunca fue
presente, que siempre anduvo a trompicones, derrumbándose.
__Pero no te alejes…
quédate aquí…
Tus puntos suspensivos,
que tienen veredas de más de veinte años, surcos con estrías que regresan al
huerto, a la casa con las llaves escondidas donde solo lo saben los amores
verdaderos, los secretos y los que nunca se irán del todo. Esos más de veinte
años saben lavar las heridas, acompañarlas, compartirlas, lavar la culpa y
llevarse la pena, poco a poco, con la paciencia y la labor de la lluvia en la
roca. ¿Qué he compartido yo, dónde estaba cuando tú estabas, por dónde andaba
la calamidad de mi solitaria soledad, que no corrió a por ti, cuando tú me
brindabas tu ser absoluto, por qué renuncié a la belleza egoísta de la vida, en
qué esquina me dejó anclado el peso de la derrota? ¿Por qué los pájaros se
hacen olvido después del jolgorio del atardecer? No creo en nada. Tus puntos
suspensivos que me dicen que me demore en el instante, que lo haga pausa,
desayuno de mermeladas, tus puntos suspensivos que arden apacibles cayendo el
sol, como chimenea de hogar, y esa tristeza, esa tristeza tan dulce, la mía y
la tuya, que ocultas detrás de la mirada nostálgica que cada día fabrica un
océano por el que navegan tus silencios, esa tristeza que me ayudará a morirme
calladamente. No creo en nada. Ya no sé, de mi vida, qué es lo que ha sido real
y qué no. Ya no sé distinguir, o nunca quise intentarlo. Todo crece como una
sinfonía que va saliendo de las aguas, no puedo decir del mar porque aquí no
hay mar. Siempre ha sido más real la ausencia que la presencia. Me invento
renglones con recorridos de ternuras pasando por el camino. Me invento la
compañía de la escritura.
__¿Te gustan mis tetas?
No me importan los
derrumbes, nunca me importaron, es más, creo que no he dejado de esperarlos. Sin
puntos suspensivos, firmes y excitadores los pezones de tus tetas, del color
sonrosado de la rosa más carnosa. Tiernamente agresivos. Me hieren, me duelen,
¡tan lejos tus pezones que muerdo y acaricio, tan lejos de mi sed escondida,
tan metidos en mi boca, tan míos, tan ajenos! Me instalo en la lujuria porque
eres lo que nunca será. ¡Mi hembra! La finalidad que vi al nacer, ¡la finalidad
que vi viéndome morir!
__No te gustan.
Muerdo el latido de tu
sexo y no te digo que amo todo lo que te pertenece, cada sombra y cada luz, cada
palmo de tierra o de arena o de agua, cada isla de tu territorio.
__Amo tus tetas –le digo
al latido desguazándose, a la leche materna que aguarda a heredar el mundo. Amo
cada hebra de tu continente y contenido, cada fibra de tus sentidos. No diré
nada en la escritura. No escribiré sobre lo que significa un amor infinito. Escribo
el instante, la mortandad inmortal del instante. Ese asombro inexistente. Te
detienes en los objetos, en silencio, los recorres con tu mirada de niña y de
bruja. No dices nada. Aun así, eres ese silencio que me habita. Habitas la
escritura. La agitas, la llevas por tus afluentes, la haces líquida lujuria,
lascivia de la sed, todas la lágrimas de una vida desperdiciada. No quieres
creer en mí. No quieres rendirte, pero tu rendición viene de atrás o de antes
del tiempo, viene justo de cuando el tiempo se partió en dos. Yo oí el
chasquido, el quejido de una vida mutilada, se me abrió una úlcera en lo más
recóndito de las entrañas. No sé nada del mundo, de la vida, pero sé de lo que
hablo, hablo de los raíles que cruzan otros raíles. Y las voces lejanas que
desconozco y no quiero conocer, hablan, mansamente te hablan, te envuelven, te
guían. Te alejan lejos del punto insignificante, enfermizo, que siempre tiene
fiebre. Y así en la escritura discurre el río sereno de las palabras calladas,
ocultas, como si la historia no tuviera cuerpo, piel, sexo. Tampoco tiene
destino, no se propone llegar a ninguna parte. Es sabia y es discreta mi
muerte, despaciosa, y es cínica, irónica, no quiere hacerme daño. Amar es
renunciar al amor para que el amor sea libre y ame. Es de justicia y es el fin
primero y el fin último que lo amado viva. Aquí dentro no existe el manicomio,
no existe la casa, no hay más que la mala escritura de la historia, el tabaco,
esta tos más anciana que yo, tú y yo en manos del despliegue de sombras que
dora el sol, de pedazos raídos que cuando llega la penumbra daña los ojos, de
la historia que se va sumergiendo, haciéndose olvido, en el papel, suaves
caricias que no dejan de ser inmensas pero tristes caricias. Tu sonrisa tu
mirada húmeda tus dedos que acarician, invitan a mi boca a tus pezones, en
ellos mis labios mi lengua mis dientes liban de tu ternura y de tu temblor más
delicados, liban del futuro que no estará, mis manos abriéndote, tus manos
guiándome, mi sexo hundiéndose en tu gemido que se arquea, se dobla, en el arco
perfecto del éxtasis, ¡ah, fruta prohibida hasta para mis sueños! Incrédulo
pero decidido, mi cuerpo se desvanece en el tuyo. Desde el núcleo de la corteza
es cierta la dureza del adiós diciendo hola, muerde como tormenta, asola como
soledad, silencio que silente desplaza el rumor, la batalla del susurro, enhiesta
la tristeza, por una vez alzada como testimonio del olvido, alzada hasta la
última gota, instante que se desborda en los perfiles de las hojas del laurel, imágenes
que la luz del día envuelve en niebla que aturde sorprende excita estremece,
como si quisiera guardarlas para la eternidad, el loco saltó las vallas y ahí
está contigo, y te pregunto de qué color son las bragas que rozo con mis dedos
bajo la tela negra del deseo, niebla metida en el sol, seda de algodón que
nubla los ojos, esparce el murmullo de los pájaros posados en las ramas, deshoja
tus carnes, gime el resplandor contigo, te brilla en el perfil de los labios, calla
la muerte temprana que tocas, ausente de ti, «son verdes», me susurra tu boca
dentro de mi boca. El loco abre los brazos, los agita, vocifera, aventura el
derrumbe, y mi tristeza busca tus labios, torpemente me caigo en lo que está y
ya no está, ¡cómo corren las palomas por el aire de las azoteas, cómo saben que
las hormigas son la primera muralla que encierran el sufrimiento! Te hablo de
las pardelas mientras te acaricio los muslos. «Las pardelas tejen la seda de la
noche», te digo.
Quintín Alonso Méndez
No hay comentarios:
Publicar un comentario