El último sueño de un viejo
__¿Ya me puedo volver?--.
Tu voz seductora que me viene como de detrás de una cortina, voluntariamente
sensual, mimosa, provocadora, sinuosa como el talle de tu cintura.
__Cuando te quites las
bragas.
Lentamente lo haces y
vienes, desabrochándote la blusa, vienes diosa bruja vienes niña mujer hembra,
sentándome sobre mí, te brillan los pechos, los ojos, brillas como promesa de
incendio, tus manos en mi nuca, mi boca en la tuya, la humedad que me inunda,
¡ah, este placer antes del dolor! ¡Este vuelo antes del derrumbe! Te asombra
ver posado el cernícalo al lado de la gaviota, respirar el olor a incienso en
el aire, la luz azul de la transparencia, sentir la pereza del lagarto, la
música de los pájaros. Te asombra mirar alrededor, luego mirarme, y verte aquí
y verme aquí. Veo y vivo mi muerte. Nítida. Oigo voces en la habitación de al
lado, ya me dan por muerto, los oigo, cuestión de horas, dicen, horas
convencionales, me miro, es cierto, no me veo, pero desde fuera me miro, y ahí
estoy, mi cuerpo ausente sin mí, los brazos extendidos, caídos a lo largo del
cuerpo, las manos abiertas, vacías, soy materia que no se mueve, materia a la
que le quitaron los sentidos, así estoy, y te miro, dentro del instante
paralizado, paralítico, dentro del instante te vivo y te sueño, parálisis del
tiempo, el mismo instante pero infinitos instantes, cada uno con su suspiro y su
gesto propios, diferentes dentro del mismo instante. Y te sientas sobre mí y
cruje la rama seca como cruje la poda con la luna menguante de febrero, ruge el
viejo mástil que se hunde en las aguas, o ruge este mar de tierra adentro
devorando el débil mástil, mástil de orilla, si acaso de algún charco perdido
en la vastedad del páramo. Eres la ola que nunca atravesé. Recuerdo con la
misma frialdad, tendría que decir neutralidad, la primera mujer que penetré, no
recuerdo su nombre, que el primer suspenso de la vida, tampoco recuerdo la
asignatura. Pienso en nosotros mientras gimes en mi boca, pienso en nosotros
que no estamos, apuro el tiempo cuando ya se avistan las primeras grietas del
deterioro, lo apuro con la inmovilidad casi religiosa de la escritura, juntos
tú y yo en el único lugar posible, desnudos en el fulgor del instante, aquí,
entrelazados, atados al vacío de la nada, a la nada que se queda dentro del
vacío, aquí, en el único lugar posible, en el lecho de la escritura, apurando
hasta la última gota de los torpes renglones que no saben amarte, tan torpes
como yo, que tropiezo al desnudarte y hago daño donde quiero acariciar, causo
dolor donde quiero el grito primario del placer. Así es mi vida, como mi
muerte, la vivo desde fuera, injusto decir que la vivo, solamente la veo, la
veo pasar y la veo venir, y con la misma prontitud que se aleja una, se acerca
la otra, un vértigo que lleva al instante cero, en estos renglones y desde
estos renglones siento la explosión del instante, el estallido de la eternidad.
En la mañana, el té con
leche y tu sonrisa son cómplices y los dos me miran desde el borde de la taza,
¿con humor?, ¿puede caber felicidad en la floración de un instante, dentro de
su inexistencia? ¿Tanto he de escarbar en la escritura para que tu boca se
acerque a mi boca, se introduzca en mi boca, y selle en la fugacidad de este
instante la inmortalidad de la historia? Sólo estoy en la escritura, por eso no
importa que no esté, que no haya estado en ningún tiempo, en el mismo tiempo de
otro tiempo, ese tiempo está aquí, donde las palabras se han detenido, palabras
que, si acaso, serán leídas, pero siempre en lugares y tiempos alejados,
desconocidos, muy a las afueras del instante, de su núcleo de promesas
desbaratadas, estamos en el valle de la luna y estoy sentado ante la ventana,
intentando descubrir un mar, ese mar que sabe arrancarte el suspiro y el
gemido, la risa y la lágrima de la felicidad. Sí, tanto he de escarbar, de
desangrarme, para tener un instante de vida, aquí, donde únicamente vivo, en la
escritura, cediendo vida, vertiéndola, «desangrarme en la poesía y dejar vida
en la prosa», dice una voz que me leyó alguna vez. Es cierto. Me gusta, no
sabes cuánto, que mientras caminamos, me cojas la mano, mi mano con la tuya,
esposados en el instante, presos en este instante libre escapado del tiempo,
presos en la cárcel libertaria de la escritura, donde la historia deja algunas
gotas de una historia invivida.
__Te quiero –me dices,
alongándote a mi tristeza oculta que tú ves azul. Un te quiero que es el
instante mismo, el inventor del instante, un solo instante que estalla en un
universo de instantes. Siento, instante único, el beso de la raíz, beso, que
aún en el derrumbe, me habitará. Siento, único instante, el alma de la carne y
la plenitud del abandono, la materia de la palabra, materia que se deshace en
mi boca y me deja sin palabras, la carne del alma, sólo sé mirarte y verte,
mirar y ver al sentido o sentimiento o belleza del instante, al latido mismo que
no dejará de estar, aquí, en mí, en la escritura, lo único que soy. Aunque
latido muerto, latido. Aunque historia muerta, historia. Invento que me regalo
en esta larga travesía de la nada para acompañarme. Menudencia que no me deja
entrar al manicomio o salir de él. Ya sabes que en casa, el día lo despiertan
los pájaros y la noche la desvelan los rumores de un mar que no veré.
__Estuve con una mujer –y
tu voz me llega ebria de sonidos apagados. No te miro. Me duele alguna parte
mía que desconozco.
__¿Y qué tal?
__Fue bonito --.
Me dices su nombre y al
nombrarla sientes en la boca el sabor de su sexo, de su boca y sé del temblor
que te recorre íntegra cuando recuerdas cómo ella sintió el sabor a fresas y
almendras de tu boca, de tu sexo. Veo cómo ella busca tu boca, cómo te
abandonas a sus caricias, cómo te desbordan los descubrimientos, cómo las
pequeñas muertes galopan por las crestas de las mareas más intensas,
deslumbrantes, los dos gemidos ahogándose en sus aguas, el espejo de la
desnudez. Me duele el dolor, dulce dolor que me hace ver que estoy aquí,
escritura que se resiste, que fuerza a la débil mano a depositar las palabras.
Dolor dulce al que le veo el instante, su hoguera desparramando lava, lava y
lluvia fresca, esa lluvia por la que te gusta pasear, llenarte de sus lágrimas,
esconderte en sus escondrijos de nostalgias y melancolías.
__Fue la persona, no la
mujer, pero sí, es guapa, inteligente --. Tu voz me llega lejana, desde la
habitación que compartes con ella, me llega envuelta en guata, y es dulce y
serena tu voz, emotiva porque me emociona y me duele saberte, así, como tú te
ves ahora, desnuda en sus brazos. Ahora tu cuerpo tampoco está conmigo. Callo
para que mi tristeza no descarrile y vuelque el instante hacia barrancos
estrechos y oscuros. Es tan débil mi tristeza que ni siquiera es visible.
__Te invito a un vino
blanco bien frío, aceitunas y olivas.
Ríes. Esto buscaba, esto
necesitaba. Tu risa. Un soplo en la herida. A veces un presente tiene más de
recuerdo que de presente. Eso le ocurre a la escritura. Invenciones de recuerdos.
No suelo estar donde estoy. Ahora que me lees, ni tú ni yo sabemos dónde estoy.
Te pregunto, con la voz de un viejo profesor de historia, cómo te sientes.
Quintín Alonso Méndez
Con melancolía, esperando que el nuevo día salga el sol y me sonría.
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