De «Las cuerdas del violín», libro de poemas
La mano
tendida nunca estuvo
y sigue sin
querer saber que ese murmullo
de vacío en
el espacio siempre estuvo.
Aquél hombre
amó tanto a esa mujer
de la que no
recuerda su nombre
de la que no
recuerda cómo era
que olvidó
la vida, su origen primario,
ahora no
sabe regresar,
no sabe encontrar
el camino de vuelta
y allí está,
apoyado en la esquina de la tarde
palidecen
mortecinas las horas,
se mueve con
ellas, a duras penas,
una música
que suena a pies descalzos en los charcos
a violines
sin cuerdas en los labios
ebrias las
horas, ebrio el pulso de su corazón
gotea pus de
sus grietas
«no dejaré
que te acerques», le dice a la muerte
mientras la
muerte se acerca
pero es esa
mujer quien se lo está diciendo
desde alguna
parte del mundo
donde la
vida llamea.
La mano
tendida nunca estuvo
y sigue sin
querer saber que ese arrullo
del frío en
sus brazos siempre estuvo
Quintín Alonso Méndez
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