De Las cuerdas del violín
Arpegioíntimo
Desconocida ausente
mujer,
este poema
va a pertenecerte para siempre
porque te
voy a desnudar despaciosamente
cada poro de
cada verso,
y así, cada
vez que lo leas
íntimo
volveré a desnudarte.
Primero, con
las primeras letras, abrir las ventanas,
quitarte las
cortinas de los ojos,
esa telaraña
que habla de nieblas paseando por el sol.
El violín
sin cuerdas o con las cuerdas lánguidas
se asoma a
la terraza,
un apenas
roce en la excitante tela de la piel
y ya la
sangre marca su huella de pájaro ascendiendo.
Sentir en
esta parte del verso cómo se abren las carnes
y se ofrecen
a lo que
será enterrado más tarde.
Gimen las
palomas desnudas,
te orinan en
los extendidos muslos,
abiertos,
morbosamente abiertos
al
desparrame de las aguas
líquida miel
hija de la espesa lava.
Separarte
los helechos mientras aquí resbala el verso,
apartar una hebra
húmeda de un sueño,
un sueño de
cualquier hebra que no hunda.
Deslizar por
el musgo la lengua,
descubrir
cómo se abre la flor
bañada de rocío
bañada por el salitre,
besar sus
brillos de diamantes de lluvia,
leer en este
verso cómo se estremecen los pétalos,
llevando el
palpitar de la vida estremeciéndose a los labios,
al desguace
de trémulas palabras rotas,
a las bocas
de los pechos.
Desnudarte
siempre,
despaciosamente,
con los dedos de los versos,
cada vez que
me lees,
sabiéndome desconocido,
ausente, siempre
Quintín Alonso Méndez
Dios...he leído la mitad... ahora sigo...
ResponderEliminarya... gracias verso desnudador
ResponderEliminarRenaces. Siento que vuelve la vida a la isla.
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