La Prosa (49)
Acto o día nueve. No hay nubes. El viento está suspendido en
lo alto, como el cernícalo. Atrás, en Pueblo Grande, una mujer y un jugador de
dominó hacen el amor junto a la chimenea. A través de una ventana (las hojas
abiertas), el barranco abierto, desprendiendo alas de niebla, acoge todos los
silencios.
Aún es oscuridad. Perro y Hombre
están de acuerdo: aunque duela, aunque mayormente no se tengan ganas y la
comodidad implore pidiendo demorar la estancia, hay que proseguir (después de
una página hay otra página, hasta que el libro se muere, se acaba –«pongo el
libro acabado en la estantería (en su nicho), a ver cuál empiezo ahora»). Entra
una luz muy débil por el cortinaje de la ventana, la abre y aspira hondo. Luego
–ya Perro en la puerta, esperando para salir— escribe en una hoja de papel
«gracias por leerme», la dobla y la pone sobre el libro, en la pequeña repisa,
se echa la saca al hombro, abre la puerta y salen. Un mundo vivo se ha quedado
dentro, fuera el recibimiento es de indiferencia. Sonríe apenas, al acordarse
del jugador de dominó: no sabe qué rumbo tomar; por de pronto atravesar el
pueblo, pero Perro ladra moviendo con insistencia el rabo –le reprocha--, y
jalando con sus ladridos en dirección al bar. Quiere despedirse. «De acuerdo»,
lo sigue por la vereda que bordea el barranco, le viene bien volver a respirar
este lugar de amor, el olor de la tierra mojada. El bar está abierto y Perro
entra sin esperarlo. Se queda fuera, sin atravesar la calle, apoyado en un
viejo pino, la saca a su lado, en el suelo. Al rato, salen la mujer y Perro a
la puerta del bar; desde lejos se miran, así se lo dicen todo para quedarse en
ellos para siempre, un ligero movimiento de la mano de la mujer, Perro salta,
le lame las manos, ladra y luego corre hacia Hombre que ya se ha colgado de
nuevo la saca al hombro, ha dado la vuelta y
empieza a caminar por la carretera que atraviesa el pueblo. No se ven
las lágrimas del mundo. Lo cruzan despacio, llenos los dos de vivencias, de
tener conciencia de que una parte de ellos se queda para siempre en Pueblo
Grande, un asomo débil de lágrimas en la mañana que despierta. Sin detenerse,
Hombre va apoderándose de cada detalle, Perro muy pegado a él. Las voces
empiezan a habitar el pueblo y ellos se van. Durante un trecho siguen la
carretera; Hombre, como si se despertara, se detiene, ¿la tentación del
regreso? No sabe para dónde tirar y mira a Perro como pidiéndole ayuda, pero
no, solo necesitan respirar, desprenderse del lugar, de lo que no les
pertenece, momento de sacudirse las emociones como pulgas, ¡qué extraña es la
vida!
quintín alonso méndez
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