La Prosa (24)
Acto o día cinco. Susurros
de barco encallado en medio de la estancia desprotegida, sin paredes, de la sed.
Susurros producidos por un viento reseco venido de otro planeta. Dentro del
barco, construido con la madera transparente del agua, viven los sueños, sin
mar, sin cielo.
Después de horas y horas de cháchara, al fin --como si
recuerdos latientes, esos recuerdos a los que nunca se les irá el dolor,
necesitasen por una vez salir a la superficie de la palabra hablada, respirar,
coger aire, almacenarlo, y regresar de nuevo adonde se guardan los silencios
más guardados, y al fin descansar en paz--, descuartizando el libro pero lamiendo
las palabras, Hombre y el hombre, consumidas las tres botellas de vino, las
flores del queso, se sienten vencidos. Se hunde cada uno en su mar
incompartible. Perro ha necesitado entrar y salir varias veces: es su juego
favorito: luchar contra el viento: retarlo y retarse: vencerlo y vencerse. El
péndulo de la vida. «Mañana será el fracaso del día, todo por los suelos. Pero
será un inicio», musita el hombre, tambaleándose, trabajando con esfuerzo las
palabras, con el libro en las manos, pobre libro sacado del tiempo sin la
protección en la piel del polvo fino de las piedras, de la tierra misma,
desmembrado el libro desmembrado el hombre, dirigiéndose tambaleante a lo más
oscuro, a su falso pero irresistible descanso, los tirantes caídos sobre los
muslos harapientos, flacos, la camisa blanca de algodón, de cuello redondo con
su hilera de botones que parecen islotes de lava hecha piedra, y mangas bajas
arremangadas hasta los codos, con manchas de uvas, restos de sangre, ya seca,
de los naufragios. Hombre y Perro se quedan a solas. Durmiéndose o muriéndose, alguna
vez será la misma acción, el mismo verbo. Es cuando los versos, burlones, salen
a pasear, desnudos, suficientes.
«Tenga cuidado, que las noches son tramposas y juegan a
cambiarle el sentido a las cosas». Se abrazarían en la despedida si fuesen
menos débiles, menos hechos a la sequedad huraña del paisaje, picoteado por las
pencas y las zarzas. Perro y el hombre sí se abrazan a su manera, descubriéndose
nobles la amistad con la mirada. Momentos en que la soledad muestra el rostro
de su destino más agrio, más real. Perro se quedaría más tiempo, se lo dice a
los dos hombres con la mirada, plantado en medio de ellos. Pero entiende que
este lugar no les pertenece. Además, el mar espera. Los tres desperdigan los ojos
en círculo, todo más seco, más solitario, más silencioso. Un gesto de gratitud.
Perro le ladra a los restos del viento. El reloj echa a andar, saliendo el sol
por las montañas.
quintín alonso méndez
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