La Prosa (19)
¿Y alguna vez escribió por ella y para ella? No se acordaba,
pero no le extrañaría nada porque ya no va extrañándole nada. Va conociéndose,
dentro de lo desconocido que cada vez le resulta más todo, empezando por él
mismo. Desconocido y ajeno. ¿Quién iba a decirle que iba a encontrarse en estos
momentos de su vida perdido en medio de un misterioso planeta del que lo
ignoraba todo, hasta de qué materia está hecho? Perro feliz, sin querer
despertarse, suspirando animal dentro del sueño. Y si alguna vez escribió,
¿escribió sobre lo desconocido, escribió sobre el mar? Porque el hombre le dice
que se escribe sobre lo que se desconoce, pero que se sueña o se barrunta en
sueños. No recuerda nada. Es el mejor resumen de una vida, nada. Ni siquiera
recuerda un solo verso de Nazim Hikmet, que le susurraba versos, amagos de
versos, mientras montaba guardia en las noches heladas a las puertas del calenturiento
desierto diurno; su tierra ahora, su casa, el desierto. El hombre le aconseja
que coma. Perro abre los ojos. Los inunda una extraña paz, es el hermoso olor
de ternura errante que habita tan solitariamente en las ausencias de los
antepasados. Se hace el silencio, brusco, que Perro sabe romper. Con su larga
cola azabache, mueve la habitación, desaloja el viento, lo enmudece por un
instante. Hora de alimentarse. El hombre y Hombre se encuentran en los ojos.
Existe la orilla. Perro la camina. Olfatea las palabras que brotan y se
deshacen como olas mansas en la arena, Hombre lo intuye a través de los ojos
del hombre. Hombre no quiere café, solo agua, pero pide la eternidad del olor a
café haciéndose café, quedándose suspendido en el aire, poniéndole hogareña materia
cálida con cuerpo al tiempo. Perro atisba un descanso fúnebre: descansan las
tristezas, o se hacen fuertes, calladamente. Respiran como setas. Humedad
escondida o muerta, que mata los huesos. Es la sequedad del todo, que se
avecina, que ya fue sequedad, de cuando la nada. «Este libro dice que somos los
protagonistas de un circo», pero Hombre no lo oye, está ensimismado escuchando
el vacío del todo. Vacío que Perro quiere romper, arañando en la puerta, y el
viento se sorprende, por un instante de nuevo se detiene, calla, también quiere
escuchar, ¿qué música es la que se oye?, Hombre aprovecha el instante y abre,
deja de escucharse, todo como en ruinas en ese todo, deja que Perro salga,
precipitado. El viento retrocede. Es el impulso del fanático. Ahora grita la
casa, desgarrándose. No saben qué decirse, acostumbrados al silencio. «Aquí
está todo escrito», y el hombre, con la palma de la mano, quitándole el polvo,
importuna al libro, lo saca de su tumba silenciosa. Ha entrado el ruido en la
casa. Vuelan las hojas de todos los libros, mariposas muertas. Sí, aquella
mujer, la que luego sería su esposa, traía viento, todos los vientos, en la
brisa de su piel. Llena de libros. Su piel. Su brisa. Era el resumen de la
belleza, fue su santuario. Ahora lo recuerda nítido, fueron sus primeras
palabras, acercándose a él, «tú escribes». «Nadie lee», le dice el hombre,
estirándose los tirantes, creciendo más su delgadez, creciendo más la ausencia
de ella. Hizo que los días fueran mágicos. Asesinos. Hombre le dice,
preguntándole cuánto durará el viento, que ya nadie escribe, porque ¿qué fue
antes, lo escrito o lo leído?, porque empezando por él, se escribió una carta
para así leerse, ir aprendiendo a leerse, a encontrar o al menos buscar,
buscarse, entre las palabras, dentro de ellas, y era asombro, sorpresa, ¿quién
había escrito aquello? Arañazos en la puerta. Hombre traspasa los muros de la
casa y ayuda a entrar a Perro, empujando a favor del viento, en contra del
viento. «Para cosas como éstas hemos venido al mundo», dice el hombre, después
del apuro, de sacar fuerzas de donde no las hay, de volver a atrancar la
puerta. Perro suspira, «mi humano está loco», y se vuelve a su lugar tranquilo,
bajo la mesa.
quintín alonso méndez
Digamos que ella, tan importante ella! Solo fue un fenómeno gramatical.
ResponderEliminar