La Prosa (5)
Me dedico a rastrear y limpiar la
costa, y aún no sé por qué, quiero decir que aún no sé por qué no me dedico a
otra cosa. Separo los escombros producto de los naufragios y de la basura de
las desidias y la malcriadez, los venenosos, indestructibles plásticos humanos,
de las trenzas partidas de las algas, del musgo, de las conchas. Los restos de
madera los dejo varados entre las rocas porque imagino prodigiosa, surreal, la
unción del agua del mar sobre los trozos de maderos, fusión de cuerpo y mente
en el mismo acto en otra mente, en otro cuerpo, largas pero diminutas horas me
paso observando la cópula de raíz y agua en las mareas altas y en las mareas
bajas, en las mareas cortas y en las mareas largas, con la luna y con el sol,
desgarradora o nostálgica en los días grises, según sean lánguidos o fríos,
dolorosa como solo duelen las lejanías de tanta ternura carnal los días azules.
A pocas cosas más me dedico, también separo palabras, las invisibles, las
desfallecidas en la orilla como infancias muertas, las que llevan consigo el
musgo, la astilla de un mástil, la lisa y vacía oquedad de una concha. Me
pregunto entonces cuál es el mundo real, en qué parte se encuentra. Vengo de
cerca, de aquí mismo. Desde que en la infancia descubrí lo que iba a olvidar,
la inmensidad de un simple rincón, con sus majestuosos y hasta terribles
silencios, no he llegado a ir más lejos ni más allá de un suspiro de tierra, un
par de menudas zancadas, y me gusta, al palpar la tierra de otros lugares, comprobar
que es la tierra del mismo origen, sus mismos colores según el clima del
paisaje, la misma ausencia de textura, su mismo desprendimiento de la materia
de la piedra.
Descubrí desde muy pronto que el
territorio que se desprende de la costa ya son las impávidas medianías, ya está
lejos el mar, aunque sea visible, lo horizontal solo existe en la costa, lo
demás es aire, son las alturas, el vuelo, el vértigo, solo es abismo la
horizontalidad del mar, que llama y engulle por igual la inocencia y el
atrevimiento. Y a los actos ingenuos y a los actos bravucones, al tiempo, sin
distinguirlos, sin ponerles sentimientos, el océano los convierte en sirenas y
dragones marinos de la misma celda. El mar me ha enseñado que habrá eternidad
solo mientras él esté. Cuando el mar se vaya a la nada, todo se irá a la nada. Mis herramientas son las manos y
mis ojos. Los ojos miran y ven, las manos separan para liberar. Así me libero,
separando de mí lo que amo. Así también libero las palabras, ellas solas se
acompañan, se dispersan y se agrupan, pero se acompañan y me acompañan,
extienden sus posesiones como alas metálicas, nómadas, cada palabra es un
planeta o una estrella, un satélite cada limitada letra. El musgo es hijo de la
roca y la arena, la arena es de la roca, la roca del agua que ardió en el fuego
y se hizo lava y que la noche enfrió. Todo es de la nada, a ella pertenece y a
ella volverá. Sí, así me paso el tiempo, hablando solo, a las plantas les
agrada, y cuando hablo con alguien, fuera del silencio de casa, no es para otra
cosa que para oírme, descubrirme u ocultarme. Comprobar que mi voz sigue ahí. Acostumbrarme
a mí mismo sin más.
quintín alonso méndez
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