Canto Último
Canto LXXXIX
Los infinitos poemas que puedan caber en mi canto último,
para ti. Canto que abarca desde la raíz del origen a la puerta abierta del
destino. Los poemas tallados en la escritura y los infinitos poemas invisibles,
los más carnales, los impuros. Los que se insinúan debajo de la sedosa tela de
las palabras ocultas. Incansables e invencibles. Ávidos siempre de las hebras
del agua enraizadas en el musgo más íntimo. Los inviernos son inesperados. De
pronto, los ojos de la lechuza me dirán estás enfermo y el adiós, como cada
adiós, será el sordo derrumbe inesperado, la plenitud del frío silencio. La
inexplicable sensación de pisar en el vacío. Del no regreso. Aun así, desde sus
colgantes y lejanas colmenas, los poemas seguirán destilando su esencia para
ti. Uvas doradas por tu sol somnoliento. Enfermedad que proviene de la insistencia
de la sed. Así insisten las gotas del rocío en tus labios. En cada amanecer
brota, con los colores intensos de la palidez, en la yerba, en las aristas de
las montañas, en la costa, en los rumores del mar, un desnudo te echo de menos.
Una flor negra de buenas noches en cada anochecer. En la escritura busco lo que
no existe, y así ofrecerte lo único, lo mágico que no necesita de palabras
quintín alonso méndez
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