De «Últimas notas»
La última tarde
Es tarde de sol tibio. Es
desnuda la tibieza.
Arde como un niño en el pecho
de la madre,
suavemente arde, y de ahí, de
esa ternura maternal,
de su desnuda sonrisa,
de ese discurrir de la mirada
por las aguas de un sol de
enero,
mana el tibio oro de un
atardecer temprano.
La libélula ha pasado,
rasgándole la piel
al sentimiento oscuro que
enjaulado
no tiene adónde ir. Libre en
sus pérdidas.
Como un cometa, la lágrima
del destierro
vaga por el frío abismo del
firmamento.
Es tarde es soledad es
telaraña invisible
es arte la silueta del
silencio escondido,
lienzo errante lanzado al
viento,
arte que como arte camina a
solas,
voluntariamente indefenso,
por eso muralla entre la
yerba, arte,
esas columnas del mármol de la isla inexistente
jamás alzadas por las alas de la estancia
que se diluyen y desaparecen
devoradas por la herida de la
noche,
herida que se abre carnosa y
lejana,
tan lejana como lejano fue el
beso nunca dado
de una vida que estuvo y no
se sabe que estuvo,
tierna tarde que se va para
no volver, que no está
que nunca estuvo, todo ha
sido siempre un gris de nubes
un callado y diario entierro de tardes desnudas
sólo entibiadas por las fiebres de los años
Quintín Alonso Méndez
Solo nos quedan los recuerdos y sueños no vividos.
ResponderEliminarEse verso no puede estarse quieto, se sale de sí mismo a cada rato (como diría Neruda). Llega con más ritmo.
ResponderEliminar