De «Últimas notas»
El verso
Se me acaba la vida
y no te he escrito el verso que te
pertenece,
¿siempre será así, inacabado lo que
ni siquiera empieza,
esa suspensión del gesto del que no
podrá saberse si fue vuelo
o fue nada más que fue ese brote de
yerba pisoteado por el viento?
No he trabajado lo suficiente el no
trabajo, la desidia absoluta,
siempre un molesto mosquito de pensamiento
rondando la extraordinaria
y sorprendente vaciedad de no tener
nada, la pureza del no ser,
esa estúpida conciencia de los
remordimientos, religiones baratas,
más baratas que las mentiras, altas paredes
pintadas en el aire
para no ver el paisaje, pero estoy en
ello, me esmero en la completa renuncia,
en la indiferencia, es el único
camino inexistente pero preciso y único
para llegar al abismo donde se
esconde, vanidoso, insoportable en su resistencia,
el verso que te pertenece, y se me
acaba la vida, quizás sea este el momento,
que se acabe, que benditamente se
acabe y caiga así de indolente y vencida
y en el chapoteo oscuro, espeso,
estallando en el fondo del abismo sin fondo,
de ahí ha de brincar y brotar el
verso, la frase mágica que no cambiará nada,
lo más fuerte que muerte no podría ni
rozar un pajarito, ese verso que te pertenece,
quedan, claro que quedan unos pocos
pasos para alcanzar lo más irónicamente temido
pero lo irrenunciable, la puerta del
adiós al mundo, donde a sus puertas
he esperado sentado desde que nací,
con las manos boca abajo, negadas,
confiando con la premura de un regalo
en la sentencia de las buenas gentes,
«lo único cierto es el final», «la belleza
plena es la parálisis de los latidos»,
el cuerpo, encogiéndose, me lo
ratifica a cada luna que se rompe en el horizonte.
Si por cosas de no haber sabido
llegar, cansa hasta llegar, pero se hace de querer,
a la perfecta vida desperdiciada, y
no me da tiempo, escribo, ¡ah, dulce pereza,
diosa de mármol que no devuelve los
besos ni el espejo donde mueren de tristeza!,
que el verso está escrito y les digo
dónde se encuentra, cansadamente, ¡qué menos!,
para que nadie lo busque ni lo
encuentre. Ese verso que te pertenece.
Está dentro, muy dentro, en el mismo
centro palpitante de lo que no he sido
Quintín Alonso Méndez
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