De «Últimas notas»
La noche
La noche tiene esa parte desconocida
a la que no llega el pensamiento
ni la estructura metálica del sueño,
ningún presagio del gesto,
pero existe, existe de antes del
tiempo, es el origen del agua, sin nada,
sin manos, sin lluvias, sin
atardeceres estallando contra las soledades,
existe sin que existiera el reloj de
los cuerpos, de los espacios planetarios,
es noche antes del principio, y ahí
afuera, más allá del mundo, es noche,
como es noche en lo más adentro, esa
molécula que se atrevió a palpar al miedo,
a reconocerlo, y así lo descubrió y
le fue dando la materia oscura, materia,
visiones o sueños desplegándose,
quizás acordes de un asirse, un nacimiento,
esa parte desconocida a la que no
llega el pensamiento ni tampoco llegan
los saltos dimensionales del sueño,
¿el brusco rompimiento del silencio,
la aparición súbita, inesperada, del
sonido, inventó la voz y la voz inventó la palabra
y la palabra, más que el abrazo, inventó
la expansión, el distanciamiento,
la noción de la medida, la distancia entre
dos instantes eternos a la deriva?
Exactamente, ¿qué compartimos, aparte
de los desechos, falsas lágrimas de azúcar
para que sean besadas por labios
falsos untados de la miel del miedo más oscuro?
No me comparto conmigo, esa parte intransitable
y desconocida de la noche
me separó de los balanceos del mundo,
de mí mismo, me aisló de mí, no me hablo,
me quitó la sombra, innecesaria para navegar
la oscuridad, la vaciedad del abismo,
pero hay islas aisladas que se atan a
otras islas, de ahí han nacido lúcidos y cobardes
los continentes, y ¡ay, desnudo ay!,
la pobre vida se fue al rescate de lo irrecuperable,
se mintió, cayó en la trampa de querer
inventar el mundo, la locura mágica del amor,
ya muerta
Quintín Alonso Méndez
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