De «Últimas notas»
Último día
La fiesta de los pájaros resplandece en
el follaje brilloso tras la ligera lluvia,
apenas hebras oscuras del gran aguacero,
el cernícalo posado sobre el muro.
El verde, desnudo, vegetal, brilla lúdico
en el aire húmedo.
Desde esta sombra tranquila, sólo es intranquila
la vida, observo el mundo.
Es un callado escenario, a cubierto de
las distancias,
protegido por la cristalera sublime de
otra dimensión.
Los olores de las distintas yerbas se
mezclan y arman el jolgorio de la atmósfera.
Se impregna el aire del aceite salitroso
de las nostalgias, ¡pájaros yéndose!
Campos interminables de derrotas tumbadas
sobre el atardecer.
Los colores están pálidos porque es débil
la fortaleza del olvido.
Ninguna mirada se inclina en el camino
a dar la dejancia de las buenas tardes,
o a desearle al buenos días que no se
desbarate aún, que soporte un poco más,
que al menos dé tiempo al último gesto
de saludo de la tristeza
arañando en las pérdidas irrecuperables,
como consolándolas,
antes de que la oscuridad me cierre los
ojos.
En lo alto del muro, el cernícalo solitario
escarba en la soledad
y sólo encuentra recuerdos deshechos,
restos disecados de lo que no fue.
Alza el vuelo, se pierde en la neblina,
se hunde en las entrañas mismas
de las raíces abandonadas, secas.
Es rumor de mar el susurro de la casa
a solas, agrietándose.
A diario se incendia lo que no está
Quintín Alonso Méndez
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