De «Últimas notas»
Despedidas
Si las mujeres están lejos, muy
lejos, la vida te parece bella, muy bella.
Si la mujer está lejos, muy lejos, la
vida está lejos, muy lejos
Anónimo
No le hice caso a las palabras del
viejo, no le hice caso a mis propias palabras
que me hablaban en silencio. No le hice
caso a la rama seca del árbol
que me pedía que la cortara antes del
derrumbe otoñesco.
No le hice caso al viejo, a su advertencia
de que el camino se consume
apenas ser empezado, que vas a mirar y
ya es tarde,
que la vista se desconsuela apagada y
no da para ver ni tus propios pies,
¡ah, esos mismos pies que cruzaron el
monte a solas, descarnando las zarzas
y se perdieron para encontrase abajo!,
justo abajo en el camino,
justo donde ella y él se besaban, ¡tan
olvidados de todo!
¡Qué importaron los arañazos, las muertes
que se quedaron allí,
en las cunetas, qué importaron las vidas
que se murieron desangrándose!,
¿nos importaron los gorriones que matamos
a pedradas,
las ranas que descuartizamos, los lagartos
tirados en la hoguera,
aunque yo no lo hiciera, los rabos de
los perros y los gatos
incendiados con gasolina, nos importaron?
Me importaron.
¿me apartaron por débil, mariquita, por
decirles que no,
empezaron a apartarme al primer empujón,
al primer «vete, curita»?
No le hice caso a las palabras del viejo,
«guárdate de los que te quieran».
No le hice caso a las calmas que se arracimaban
para unirse a los temporales.
No le hice caso al viejo, que me dijo
que el tiempo se acaba pronto,
¿tan pronto, tan pronto, que ni tiempo
a sopesarlo, a decidirlo?
«Tan pronto», me dijo el viejo. Supe de
su muerte al día siguiente
Quintín Alonso Méndez
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