Canto Último
Canto LXXIV
La tarde tenía los ojos metidos en el sol, tarde lenta como
lento es el recorrido de los recuerdos que duelen, mecidos, a falta de la
ausencia de la brisa, por las alas de esos sueños que precisamente amamos sobremanera
porque no volverán, dulces como los años dañinos de la escuela, frescos y brillantemente
verdosos como los saltos de las ranas entre las cañas, luminosos como las
primeras muertes. A la tarde, al principio, la veía resbalarse y caer
lentamente, paladeando la agonía, me llegaban olores del incienso y el hinojo, luego,
precipitado precipicio, incendio al entrar en el mar, a plomo la veía dejándose
caer sobre el impasible horizonte, fuerzas vencidas, caídos los brazos igual
que las trenzas del musgo desmayadas sobre la arena, pensaba en ti viendo
atardecer, pensaba en la riqueza de una mirada que nunca envejece y que siempre
me acompañará, era una tarde tan insignificante y menuda como esta tarde, no
valen de nada mis pensamientos, menos que nada valen mis sentimientos, soy
espantapájaros y a veces, muy pocas veces, escondrijo, ejemplo referente como
referencia de lo no aconsejable, de los sentimientos ajenos, desvarío porque a
la orilla solo van a parar los desencuentros enajenados, y en la orilla, o en
los desencuentros, siempre se encuentra lo que no fue, los encuentros se
encuentran en otra parte, a escondidas, porque la vida es falsa y para vivir la
verdadera vida hay que hacer rodeos, mentirle a la ejemplar y trabajadora vida
de a diario: no me tocan esas furtivas suertes del desbordamiento, de la pasión
anhelada, no me da el dinero para comprar escondrijos donde esconderme y
saciarme. Me sacio de la nada. Canto último de la tarde, antes de oscurecer y
de ponerse el vestido negro, para entrar en los aposentos de los silencios que
nunca fueron acompañados. ¡Hasta el día feliz es una rutina cíclica! El ahora
cada vez se aleja más del después. El mañana ya me lo sé, lo que no me sé es el
hoy, te digo, mientras tú solo oyes tus quejidos de barca sin mar, de mar sin
ti, en el escenario del césped las risas de los chiquillos acercan la vida al jardín,
tus manos la rozan en la piel de la flor encarnada, miras hacia alguna parte, suspiras,
hermoso el estilizado vuelo apacible de los violetas en el horizonte, el brillo afrodisíaco de los naranjos, y no sabes, no sabes que estás volando, dándote la
vuelta, soltando tu sonrisa, regresando al destino de tu mundo
quintín alonso méndez
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