El último sueño de un viejo
Tendré miedo, más miedo a
cada latido del tiempo que me irá devorando, consumiendo. Más miedo,
infinitamente más miedo que ahora. Seré más silencio. Llegaré al pánico. Crecerán
y se multiplicarán mis defectos, al tiempo que mi nefasta virtud de creer irá
descreyéndose, para acabar en la perfección de todos los defectos y ninguna
virtud: la virtud de cultivar mis defectos dejará de ser necesaria. La pequeña
manta azul permanecerá ahí, doblada, a los pies de la cama, con la huella
cálida pero ausente de una gata acurrucada.
Ni un pequeño grito en la
escritura, tampoco susurros. No habrá palabras que se salgan de los surcos
escritos, nada más allá de la escritura y nada dentro de la escritura, solo el
instante, y nada más acá de la escritura, donde es la nada, antes y después de
lo que haya sido escrito, el instante será el intervalo cerrado del todo. Si
alguna vez lo hubo, no habrá más intento de buscar lo que no podrá ser ni
existir, en la oscuridad hueca de la noche. La memoria dará saltos erráticos,
pero sin encontrar sus zapatos, descalza caminará por un mar sin agua con un
suelo de duras y agresivas piedras volcánicas, saltará desde abismales acantilados
de sueños con imágenes imprecisas que pondrán el sabor de la tristeza en los
labios, parecerá que el dolor tenga cuerpo, de tan cercano, de tan adentro. Será
un estar sin ser, pero cada día, varias veces al día, en cada punto solar del
día, miraré al horizonte que me señalará el norte, ahí reconstruiré días
enteros, puntada a puntada, un instante, el mismo instante, en cada puntada, y
ahí, nocturna, sonará a madrugadas enfermizas mi voz muda. Me habituaré y me
haré a la concavidad del vacío, a la convexa forma de tumba del tiempo, me
aferraré a sus lianas viscosas cuando el dolor sea insufrible, gritaré tan para
adentro que más me desgarraré. El derrumbe será lo que está escrito en la
escritura.
Quintín Alonso Méndez
Los secretos cóncavos y "con-besos" de la piel...
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