El primer sueño de un viejo
¿Por qué sonará a rumores
de mar en este territorio seco y mustio, amarilleándose de vejez cada día un
poco más, golpe continuo de fuego de la sequedad más estéril, bajo un abismo
parpadeante de cielo abierto, abisal? Entonces será la primera noche de vuelta,
del insomnio al insomnio, camino sin luces, sin palabras, natural, como si el
insomnio regresara a su casa de siempre, evidenciando que el instante no fue
más que un desliz del tiempo y del espacio, un traspiés de la historia, el
tránsito sin más de la mudez al derrumbe, sin tránsito, no importa si ese instante
desgraciado o indiferente, no importa si inconmensurable. No importa lo que no
es. Esa primera noche vagaré por las tinieblas más vagas del insomnio,
haciéndome de nuevo a sus formas, a sus abismos, reencontrándome con sus
rincones más desprotegidos, con sus huellas innombrables. Puede ser que en esos
momentos del reencuentro con la nada, llore para sentirme vivo, injustamente bientratado
por el dulzor y no por el amargor de la tristeza. Empezaré a desvariar en la
noche, a creerme que tengo una gata enredada a mis pies, una hebra, dos hebras
de luz acompañándome, y desvariando, al primer asomo del amanecer, entre
mocanes y guaydiles, bajo la lluvia, enterraré a la gata, dos hilos de lágrimas
congeladas, la última luz. Inauguraré el cementerio de las cosas muertas, una primera
cruz negra como estaca clavada aquí dentro. La maceta del culantrillo, en la
repisa donde da el sol, será un inmenso bosque de helechas, laberínticas trenzas
verdes abriéndose a la nada, como una gran flor verde sosteniendo el aire. Nacerá
y se extenderá musgo en la ausencia. Y pensar en ti será bueno si tú no lo
sabes, bueno para las mustias y fantasmales soledades. Empezaré a toser con más
insistencia, a estornudar, a resfriarme más habitualmente, a fumar más, a ser más
fuertemente débil. Volveré a las viejas y buenas costumbres, que casualmente son
las malas. Pero eso no será nada, solo la primera tarde que llevará al reloj de
arena de la primera tarde a la siguiente tarde, a la segunda tarde que será
mismamente como la primera tarde, pero un grano de arena más fuertemente débil
cayendo sobre la horizontalidad vacía, y así cada tarde, hasta la última tarde,
desierto interminable, mortalmente horizontal. La fiebre irá ascendiendo
lentamente, escaleras de hiedra, porque será largo y lento el derrumbamiento
del derrumbe. ¿Habrá sonrisas? No.
Me iré desprendiendo de
mí. Con la firme voluntad del destino escrito.
Los primeros síntomas de
la vejez serán mentales, fugas de seres que nos habitaban y lo desconocíamos, luego
serán físicos. Terminarán siendo la conjunción, la dejadez y el derrumbe, la
caída de la memoria y la caída de los huesos, al unísono, como columnas huecas
de aire, aunque la mente, esos viejos restos de la mente, triste, solitaria, destartalada
y desbaratada, pretenda sostenerlos sobre un suelo fangoso, resbaladiza y
hundidamente olvidadizo, engullidor, deshaciéndose, pulverizándose los huesos. No,
no existirá el eco, eso corresponde y corresponderá siempre a las
complicidades. Será el instinto del cuerpo a encogerse fetal porque es infame
el peso de la mente y abrasador el fuego de las entrañas. Seré el más objetivo
porque el más perdedor, el más alejado, ganador del más cierto olvido. La
belleza pasará a ser un conglomerado de manchas difusas, constantemente en
movimiento, como dispuestas en un segundo plano, fuera del alcance de mis manos
y de mis recuerdos, imposible visualizarla, contemplarla. Sin piedad, el frío
no dejará de azotarme, dolor acerado que el abrigo no cubrirá. Me quedaré en la
capa espesa de las olvidanías, en la niebla de los sentidos apagándose.
Recordaré lo que siempre supe que recordaré. Y por encima de todo, estará tu
nombre, aunque no recuerde a quién perteneció y pertenece tu nombre, y puede
ser que ya por entonces ni siquiera sepa el significado de tu nombre, cómo eran
los signos de tu nombre. Seré un libre preso de este planeta encarcelado, a
pesar de que en los escasos días azules y en los espejismos de las noches de
luna, no lo veamos así, sino libre, prometedor, exuberante de lujuria. Para mí
será un largo recorrido el instante del derrumbe, pero la historia dirá y
escrito quedará que fue un instante pasajero, la fugacidad de lo fugaz. Absolutamente
nada. Abandonado por las fuerzas físicas, tendré que crearme en la mente, con
el pensamiento, una fuerza que me levante. Porque querré morir de pie, frente
al mar de tus securas, ¿llegarás a leerme alguna vez frente a tu mar donde marinas
brillarán las escamas, todos tus sueños, tus logros? No podré emborracharme ni
siquiera de oscuridad, las úlceras del cuerpo, del alma, no me permitirán una
sola gota de alcohol, de luz. Durante un instante, en el instante de la
historia, este mismo instante de la historia desparramándose en la escritura,
mi único ritual era amarte, en el derrumbe será el ritual incansable de liar el
cigarro y nombrarte.
El derrumbe será estar en
ninguna parte. Tampoco en mí.
Quintín Alonso Méndez
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