De "El edén de Salomé"
Escribo dejando que las hogueras
ardan en sus fríos
que amenazan inviernos gélidos en el
todo del tiempo,
escribo dejando que la mano plante
sus raíces en el papel
o las arranque de cuajo, que se
pierda, que se condene,
que vierta toda la sangre, todas las
lluvias de todos los aguaceros,
yo mirando la luz lejana que se hunde
en el horizonte,
reconociendo ahí al cobarde que soy,
pero que la mano vuele,
desgarre, que al menos ella sepa
escribir o plantar los versos
que tu mano le puso desde que existe
el mundo que iba a ser.
Escribo lo que la mano me dicta, ya
va lenta, lenta, la miro,
se cansa cada día más pronto, se
queja, le crujen los silencios,
los vacíos entre los huesos, pero aún
débil, arrastrándose,
se aferra a la pluma, exprime la
última letra, mira, sé que mira
adonde la mirada se perdía, hacia el
gesto que se posaba,
escribo, impaciente paciente escribo,
no me queda adónde ir,
y aparto la mirada, no quiero que la
mano me vea las lágrimas,
pero ella me dicta, rasgando la luz
azul del aire, violácea,
nos quedamos, nos morimos, despacio
nos vamos, nos morimos,
pero la eternidad se queda aquí, y
escribe, desangrándose,
en las últimas o en las primeras
noticias de las nadas:
te quiero
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