El último sueño de un viejo
-a veces tengo mal
carácter, me hago insoportable.
Propuestas o mandamientos
que cada día resonarán, sin eco, sin voz, pero sonoras, dolorosas, untadas en mermeladas,
en la vacía estancia del derrumbe
-necesito un espacio para
mi soledad
-me dejarás dormir
-siempre habrá mermeladas
y queso y té con leche en el desayuno
-iremos al mar
-me dejarás poner mi
música
-toda la casa olerá a
sexo
-habrá chocolate, vino
blanco seco y frío, aceitunas y olivas
-me leerás poemas
-me mostrarás tu mundo
-habrá sexo todos los
días, participes tú o no participes
Quemarán los surcos de la
escritura entre las yemas de mis dedos, quemarán sus pieles de seda, las estrías
sutiles de tu cuerpo, las huellas de tus heridas, quemarán sin descanso,
hiriéndome en los ojos, lacerándome el cuerpo del alma, arderé cada noche y
caminaré deshabitado cada día que me quede. Arderá cada día con su noche,
dentro del aguacero de las lágrimas. Serán los dedos, escarbando en la soledad
del aire, los arados.
Subiré al bar de la
atalaya a diario, apoyándome en un palo de morera, tanteando el polvo,
abriéndolo en canal, posiblemente buscando ese surco que lleve al mar, y,
mientras, iré hablando a solas, pero contigo. Hablando sin sentido, palabras
desconocidas, quizás demasiado primarias, de raíces demasiado metidas en lo más
profundo de la tierra, de los orígenes que no salieron a flote, o quizás sean
palabras de otros idiomas, de idiomas inexistentes, o palabras inconexas, signadas,
puede que arrancadas a sueños que no fueron soñados, o tarareando fantásticas y
melodiosas melodías con mi genial oído de hojalata, que hará que los pájaros
huyan, más que enloquecidos, despavoridos. Alguien me mirará, llevándose el
dedo índice a la sien, haciendo que lo atornilla. No me importará. ¡Qué podrá
saber el imbécil mundo de los imbéciles de una incontestable historia de amor
sin historia! Escribiré algo, de vez en cuando, tan a menudo, cuando sea tan
intensa la dolorosa sensación de no hacer nada, de nunca haber hecho nada, dejaré
que la mano se pierda por los renglones oscuros de la vieja libreta de campo,
sabiéndome en la más inútil desesperanza, me saldré de mí para hundirme en la
escritura, mi refugio o mis mundos que no encontré ni habité, frustrados mundos
que palpitan tan apartados de mí, ellos también. Escritura cansina que se queja
y no dejará de quejarse como la leña en la hoguera, o que se tiende lánguida y
perezosa como las horas de las tardes somnolientas, pero escritura en la que se
advierte el goteo implacable de la sangre desguazándose. Escribiré
Quintín Alonso Méndez
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