Del libro de poemas
«Las cuerdas del violín»
Es en la
tarde apacible de un sol dulce de abejas
--se estira
marzo, alarga su cuello de cisne negro--,
que me
siento a sentir cómo es la estancia de quien no espera,
como esa dócil vejez agradecida, renqueante,
que se saca al patio
cuando los
lagartos se tienden sobre las piedras. La brisa también es pereza.
No hay tiempos pasados ni tiempos futuros.
Quizás no hay tiempos.
Creo que
estoy en ese momento absurdo en que ninguna dolencia me duele.
O no importa
el dolor del antes de venir ni el de cuando entre en casa
--a la flor
del avellano le sobra espacio para acoger la inmensidad del mundo.
Cuando
cierre la puerta, dejarán de existir los pájaros, las gaviotas, la luz.
No sé sabe
qué habrá cuando vuelva a caminar el tiempo. Ahora es aquí.
Tiempo que
puede cristalizarse, ser patio. Impasible vejez y ser patio.
Quedarme en
estas tierras de nadie. Morirme como se mueren las abejas
Quintín Alonso Méndez
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