De "El nombre lo pones tú", novela
Cuando me hablaste de la novela que me habías
prometido, me reí. Lo tomé como otra de tus muchas promesas, que ya sabes, se
las llevaba el viento. No te hice mucho caso.
Cosas.
Pero
me gustó que me lo dijeras, y me gustó más cuando me dijiste «la voy a empezar,
sé que la voy a empezar. No sé qué rumbo tomará, pero está gestándose». Te vi
escribiendo en una servilleta. Sólo alcancé a leerte el primer renglón: «en
este territorio está gestándose el nacimiento de la novela que te prometí nada
más verte». Me gustó, pero enseguida lo olvidé, como sabía que tenía que
olvidarme de la mayoría de las cosas que me decías, sobre todo de las que me
daban escalofríos de placer cuando me las decías. Pero en esto ibas en serio.
Reconozco que me sorprendiste. No sé expresarme, pero creo que en ese momento
te amé otro poquito más. O fue cuando empecé a amarte. A tomarte en serio. ¿Me
entiendes? Sé que sí. Creo que me conoces lo suficiente para que no tenga que
explicártelo, creo que tampoco sabría hacerlo. Me miras y ya sabes por dónde
voy, en qué rumbo ando perdida y en qué señuelo cogida. Yo me quedé suspendida
en el paisaje, sobre todo viendo a los niños, ya sabes cómo me gusta mirarlos,
verlos moverse, gesticular, caminar, algunos me recuerdan a los pingüinos con
sus pasitos cortos, extraterrestres, y los brazos abiertos en dos aspas torpes,
otros a los oseznos, con su barriguita echada palante, otros son torpes patos a
punto de caerse y entromparse contra el suelo, algunas nenas son muñequitas de
porcelana, otras son delicadas figuras de ébano. Sé que tú me mirabas de vez en
cuando, alzabas la vista mientras seguías escribiendo, oía el rasgueo de la
pluma en el papel rugoso, esa pluma que tanto busqué, andándome media ciudad,
para ti, pero por puro egoísmo, para así estar yo siempre un poco en ti cuando
escribes; pienso, egoísta, que mientras estás escribiendo así me recuerdas un
poco y estoy un poco a tu lado, contigo, yo entonces intuyo tu media sonrisa,
ya sabes, es cuando me dan ganas de morderla y de quedármela para siempre, para
mí, para sacarla de tus adentros y tenerla entre mi manos mientras estoy
sentada frente al mar, o también cuando estoy perdida en el paisaje, en las
telarañas húmedas del horizonte, poniéndose el sol, dos corujas en su ritual
amoroso, trayendo la oscuridad, el silencio, el regreso a casa, a la dureza
fría de la soledad de casa, ya sabes, las nostalgias, que no dejan de moverse.
Ya tú has descubierto que los niños son una de mis debilidades. ¿Quieres que te
hable de mi debilidad por ti? No, sé que no. Te duele el alma y no sé cómo
aliviártela, bueno, tampoco es eso, no sé explicarme, ya sabes que tengo que
medir las palabras, cada frase, antes de pronunciarlas, y estoy en uno de esos
momentos tan peculiares míos en que no quiero pensar, sólo dejarme llevar para que
no me lleve a su vera esta maraña de pensamientos reburujados en mi cabeza, no
tengo ahora ningunas ganas de ponerlos en orden, tampoco estoy muy segura de si
quiero que se vayan. Creo que sí. Sobre todo desde que apareciste tú. Quiero
aprender. A amarte. No sé cómo decirlo, esa locura sin más sentido que la de
aprender a amarte, no me pidas ahora el esfuerzo supremo de buscar la frase
precisa. Tú sabes. Tú me entiendes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario