Por el camino me crucé con una abeja
que iba camino de las flores de agua que nacen y crecen en la costa, en los
acantilados, nos reconocimos sin necesidad de mirarnos, pero nos miramos en el
fugaz encuentro de una mirada de vuelo, ya nos habíamos visto de otras muertes,
de otros instantes de vida tan escasos como injustos, una mariposa blanca
atravesó la luz del sol, revoloteó por las flores. No estás y me preguntas en
qué pienso, o me lo pregunta la ausencia del yo que se ha ido, del sueño que se
posó en unos labios que volaron en busca de las flores del paraíso
La abeja a diario viene a verme, y el
pájaro, y la gaviota con su pareja y su nueva cría, la mariposa, la libélula, el
mirlo, la alpispa, la lagartija aquí, cuidándome, protegiendo la luz de las
cuatro estaciones paseando por casa, habitándola, un susurro de marea meciendo
los sueños y los recuerdos y esta tarde de presencias que me envuelven, no
importa que ausentes, y que a diario vienen a verme
Y cuando la noche se cierra en su
bóveda de lo infinito, las menudencias de la vida se posan como mariposas o
abejas en las manos vacías que aún sienten el roce de aquellas miradas, del
aquél abrazo que titiló estremecido, de la sonrisa aquella que besó como labios,
esta infinitud de lo menudo que me hace inmensidad en la existencia, inmenso
como el firmamento, infinitas las sensaciones que me habitan y me dan el aire,
y cierro los ojos buscando el sueño que me regresa al aire libre y soñador, con
mis gracias infinitas a todos los seres que me han dado esas partículas que
necesito para saberme vivo, a ti, que siempre vienes a visitarme donde el
latido de los sueños, donde en la escritura, enjambre de los sentidos, te
encuentro
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