Más estimada y deseada mujer, he estado varios días ausente
de mí,
en alguna parte que no recuerdo o desconozco,
y créame que el primer impulso al verme liberado de la nada
más oscura
y liberado regresarme,
ha sido el de ir a mirar en el buzón de los sueños, que cuido
como un nido.
Y ahí su carta, como una barca tendida en el atardecer de la
playa.
Me apropio de que le gustará saber cómo me estremezco
en largas mareas dejando navegar la mirada, espejo de mis
latidos,
por cada oculta y callada palabra suya que como pájaros me
escribe.
Decirle que ante lo sublime y poderoso del deseo en su más prístina
lujuria,
lo sagrado de los impuros y desvergonzados sentimientos
que me produce el solo hecho de pensarla,
qué decirle de imaginarla, presentirla, en exigua literatura disfrutarla,
íntima y soñadoramente recorrer sus selvas y arenales,
embriagarme de sus uvas y fresales,
me llevan en espíritu y cuerpo, considerándola y sintiéndola
como templo de mis deseos más carnales,
a tratarla lascivamente de usted.
(No he de decirle que aún con estas impulsivas y agitadas
palabras
temblándome entre los dedos antes de que emprendan su soñador
vuelo,
ya ardo impaciente en hogueras de deseos de recibir su alada contesta,
sea con las palabras más desnudas de los silencios,
sea con la mirada húmeda que atisbo en el horizonte)
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