Verte y mirarte es memoria de piel, de labios,
de miradas desguazándose por resbaladizos acantilados de agua,
débiles alas venciéndose, resistentes al desmayo.
Memoria de íntimas mariposas,
columpios de la tarde en revoloteos del roce en los arenales
del vientre.
Memoria que se despierta al ver cómo caminas
o cómo sentada tus manos mueven el aire ocultando los grises,
cómo tus ojos se atreven y se desnudan en la mirada
que no dejaría de mirarte, instantes de magia que no saben
escribirse.
Memoria de la existencia al sentir cómo tus palabras posándose
tejen océanos en llamas.
Verte y mirarte es memoria del latido, sublime regreso a lo
inesperado
Escribirte con distancias conlleva lastres de barrancos y
temporales,
memorias extraviadas, interminables desiertos, pero una
astilla en el agua
como grieta que se abre al aire; entiendo entonces que
escribirte es respirar,
y no hay distancias. Es nada más que estar contigo mientras
te escribo
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