De «Últimas notas»
La vida
Me piden que escriba sobre la vida.
Puedo decir que la he visto, que ha estado en casa.
Conocidos de los bares, acompañantes anónimos de las perras de
vino,
de las calles sin esquinas, sabedores de las enfermedades
carnales del alma,
me dicen que la insistencia pertinaz de las fiebres produce
espejismos,
algo así como lluvias que no quieren irse y que siempre añorándolas,
un oasis rebosante de verdes y de atardeceres líquidos, violáceos,
metido en medio de la completa decadencia de un esférico mundo
desértico.
Los creo y no los creo. Me emborracho con ellos, con los sabios
vividores,
santos maestros del arte de vivir, de coger el mundo por los cuernos,
que pintan, en cada noche afilada por el hambre, gajos de azules
lunas
en los cristales de las copas resbaladizas, estalladas contra
el suelo,
caídas como lluvias, tan fugaces las estrellas que no da tiempo
a pedir el deseo,
delirios de arañas negras trepando por los telares del agua.
Pero puedo decir que la he visto, que ha estado en casa, la vida,
tan de vida vestida, o tan desnuda, tan dispuesta a dar sin dar
nada,
tan ella, la vida, subida al escenario, encaramada en las estanterías
del inventario. Si conociera el entramado de una estación de trenes,
la gran telaraña de sus vías, diría que eso es la vida. Y que
ha estado en casa,
y que la vi, o puede que haya sido la muerte, que vino, inmensa,
¡tan viva!,
que ha venido a verterme en los labios gotas de miel,
la última voluntad de un condenado a escribir sobre la vida,
sin que pueda tocarla, sin que pueda siquiera escribir sobre ella
Quintín Alonso Méndez
Precioso
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