Foto: Jorge García
Nadie
Nadie sabe dónde se esconde el dolor
que mata la sonrisa, nadie ve cómo se asoma
día tras día a los silencios del
camino por donde nadie se acerca ni se aleja; ninguna
carta que entre por el resquicio de
la puerta, alguna de aquellas descarriladas cartas
con olor a rosas, que en los sueños
venían a posarse en las manos impacientes
que rompían nerviosas el sobre, el íntimo
papel, y se le caían, frutas vencidas,
las letras al suelo de tierra, gotas de
mercurio rodando resbaladizas, fiebre,
quizás esa menuda lágrima que nadie
vio nunca derramarse. Nadie.
Nadie le ve a la flor la tristeza de
su cárcel, nadie mira más allá de los colores del día,
a ninguna risa se le ocurre pensar en
el dolor que camina solitario por la calle,
no le ve el amargo sabor que le araña
en los ojos, que fue tirado en la basura
en aquél callejón, nadie se interesa
por sus caídas borrachas de soledad. Nadie.
Nadie regresa a la plaza del primer
beso, aquella plaza que no tenía nombre,
y el dolor abre la tierra, por donde
se hunden los abismos, nadie tiende la mano,
quema el miedo en la oscuridad, asustan
los pájaros de la noche que caen del techo,
reclaman sangre, ninguna risa tiene
la voluntad de acercarse, curar las heridas,
plantarse como árbol o como simple
sombra para la sed que arde, nadie viene. Nadie.
Nadie sabe cuál es el camino que ha
de elegirse, nadie te advierte del olvido,
nadie le ve la espada a la espiga que
se ondea en la brisa, nadie la besa, nadie
baja a la orilla adonde se despiden
las ausencias, las alas arrancadas a los peces,
ahí yacen, atrayendo a las moscas,
pudriéndose en el musgo, nadie se acerca,
nadie sabe dónde se esconde el dolor
que mata la sonrisa. Nadie
Foto: Jorge García
Quintín Alonso Méndez
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