jueves, 29 de octubre de 2015



Las ventanas cerradas del cuerpo

Le perdí el rumbo a las medidas desde que nací
lo que los años jóvenes  llamaban cercanías
ahora la vejez le dice distancias
¿qué fue del soñador que soñaba caminando solo por la costa?
hace tiempo que le perdí la pista ¿en qué tristeza se quedó varado?
cada día se hace más duro caminar solo
los sueños tenían rumores que me acompañaban
y me sostenían en la noche
ahora la compañía es la dureza fría y seca del bastón
la niebla en los ojos la vacía soledad en las manos
a veces un recuerdo se detiene
y me mira antes de seguir su camino
y perderse en la neblina del olvido  
algunas tardes veo algunos por ahí por los muros con los gatos
se caen en la noche y se pierden
yo les sigo los pasos perdiéndome en la noche


                                                           Quintín Alonso Méndez

lunes, 26 de octubre de 2015



De la novela   El último sueño de un viejo

Ítaca

Volviste porque al adiós se le habían quedado hebras enredadas en los matorrales que crecen en los rincones. Minuciosa y cuidadosamente las fuiste desenredando una por una un ritual único pero repetido con cada hebra con tus dedos que parpadeaban como probando las alas que despacio me decían que eran las últimas noticias las últimas claridades del atardecer. Una por una las liberabas de los oscuros y secos matojos y como si una gata te mirara las doblabas despacio ovillándolas tiernamente con ligeras pero dolidas manos de tristeza callada escondida detrás de esa sonrisa tuya que buscadora navega y navega por océanos inacabables. Luego las ibas tendiendo como entre pañales y como delicadas y débiles criaturas en la inaccesible caja de tu corazón. Yo dejaba que caminara el silencio sin tropezarse en el aire que mi tristeza se empapara de tu presencia de tus gestos de tus movimientos y me preguntaba qué estaban viendo en aquellos instantes tus ojos qué paisajes estabas recorriendo qué suavidades te esperaban qué palabras había prendidas en tus labios cómo eran los besos que te llamaban de qué color violáceo era el gemido que retenías. Tu mirada miraba lejos dentro de las hebras la mía se apagaba lentamente desnudándote por última vez sin ruidos que rompieran el viaje. A eso volviste. No dejaste ni las sombras que deja la luz a su paso. Ni siquiera ahora las ruinas son perceptibles en este mundo que ya estaba en ruinas. Escucho el eco del silencio  
                                                              Quintín Alonso Méndez

sábado, 24 de octubre de 2015



Las ventanas cerradas del cuerpo
Aunque escriba, hace años dejé de escribir
podría decir el momento exacto en que se cortó
el gran conducto de las palabras
cuándo se produjo el chasquido de la luz al apagarse
podría decir el día el siglo el mes el año el instante
el color prístino que tiene lo irremediable
desde entonces
las ventanas aunque abiertas permanecen cerradas
¡es tan transparente el espacio que deja la vida cuando se va!
dejé de escribir las historias que pensaban visitarme
sentarse conmigo mientras duraran los desgarros
innecesaria más tristeza
más círculos sin esperanza
vueltas y más vueltas del futuro esperando la ola precisa
que me pusiera en la proa de la roca
la luna exacta que rasgara la piel de las cárceles
ahora escribo lo que debí escribir al principio
en el primer gesto de la luz
cuando nacer ya era ir a la muerte
aunque no lo escriba




                                                    Quintín Alonso Méndez

miércoles, 21 de octubre de 2015


Las ventanas cerradas del cuerpo

Te ataré a la luz    leí en unos labios de invierno
pero remota    
la palabra    
     no deja de descender
atándose           en trenzas retorcidas a la noche
unidas como el ojo y la mirada    se adentran en la oscuridad
tan lejos la luz y yo    como la vida y la muerte
a las que solo     las separa    un hilo de cristal
ahí en la unión de las dos espaldas   en el eje  del pensamiento 
ahí reside y ahí habita     la distancia.
En ese hilo del mimbre del cristal    de la orquídea violácea del coral más azul
reposa sublime la eternidad y reposa empobrecida toda la nada
las palabras sordas no hablan
así tampoco la ceguera escucha los gestos que se vencen
siente el árbol el desgarro de la rama
como una herida que no le pertenece y soporta   
     así se sostiene    en la entrega a la luz y al agua
siento cómo me invade el dolor intruso
lo que recibí a cambio de abrir las ventanas
¡que se cierre el ventanal de la brisa      el firmamento de los astros!
¡que la tormenta no tenga piedad de los cobardes!
Cierro cada ventana     despacio    con esa paciencia que da
     el no tener recuerdos     ¿qué hace este bastón entre mis manos?
y ahora que los nombras   
       ¿cómo se llamaban aquellos labios
              de invierno?
Te ataré a la luz     dijeron
     y la gaviota se aleja
tan dulce como la bondad de una mentira
     tan asesina
¡qué bellas sus alas desperdigando los destrozos del mediodía!
así fueron aquellas manos despidiéndose
desde la baranda  




                                                       Quintín Alonso Méndez

lunes, 19 de octubre de 2015



Las ventanas cerradas del cuerpo

Ta ataré a la luz    leí en unos labios de invierno
pero remota    
la palabra    
     no deja de descender
atándose           en trenzas retorcidas a la noche
unidas como el ojo y la mirada    se adentran en la oscuridad
tan lejos la luz y yo    como la vida y la muerte
a las que solo     las separa    un hilo de cristal
ahí en la unión de las dos espaldas   en el eje  del pensamiento 
ahí reside y ahí habita     la distancia.
En ese hilo del mimbre del cristal    de la orquídea violácea del coral más azul
reposa sublime la eternidad y reposa empobrecida toda la nada
las palabras sordas no hablan
así tampoco la ceguera escucha los gestos que se vencen
siente el árbol el desgarro de la rama
como una herida que no le pertenece y soporta   
     así se sostiene    en la entrega a la luz y al agua
siento cómo me invade el dolor intruso
lo que recibí a cambio de abrir las ventanas
¡que se cierre el ventanal de la brisa      el firmamento de los astros!
¡que la tormenta no tenga piedad de los cobardes!
Cierro cada ventana     despacio    con esa paciencia que da
     el no tener recuerdos     ¿qué hace este bastón entre mis manos?
y ahora que los nombras   
       ¿cómo se llamaban aquellos labios
              de invierno?
Te ataré a la luz     dijeron
     y la gaviota se aleja
tan dulce como la bondad de una mentira
     tan asesina
¡qué bellas sus alas desperdigando los destrozos del mediodía!
así fueron aquellas manos despidiéndose
desde la baranda  




                                                     Quintín Alonso Méndez  

miércoles, 14 de octubre de 2015



Las ventanas cerradas del cuerpo

Mirando desde la puerta de casa
veo a lo lejos los umbrales derruidos y veo pespuntes de sombras
entre las grietas a las que el sol no llega
los mirlos ennegrecen las ramas
he llegado tarde adonde varan las sirenas
violines y flautas se alejan tras las montañas
paso la mano por la espalda de la arena
donde no se quedó ningún temblor.
Hay posado en el aire un sonido débil de tristeza
que irá cayendo con el peso del horario y se hundirá en las aguas
vencido llegará a la orilla con el murmullo de la marea en la madrugada
arrastrado por las corrientes
ahí lo encontrarán varado al amanecer los pescadores de sirenas
vagará por esos mares enredado en las redes
lo picoteará el sol el salitre y los pájaros del mar, los peces que vuelan
el otoño ayuda a que se hunda en la niebla del silencio
hasta la más pequeña lámpara de luz
no quedan voces en la costa
una historia oculta permanecerá anclada en lo más oscuro del verso
ese verso que nunca zarpó




                                                    Quintín Alonso Méndez


sábado, 10 de octubre de 2015



Las ventanas cerradas del cuerpo
Un atardecer de mandarinas
árboles frutales
en la boca del mar
ancha boca que engulle la barca del pescador
y escupe espuma ensangrentada
surtidor de la herida causada por el arpón
hundido en el lomo del agua
son granadas las frutas rotas en la orilla náufraga
que se aleja por el horizonte

                                                    Quintín Alonso Méndez

lunes, 5 de octubre de 2015



Las ventanas cerradas del cuerpo

Pero hoy el día me cuenta una mentira
llámalo lunes cinco ponle los rizos canosos del gran otoño
el longevo el que envejece cada año
y al que cada año le crece la pereza del movimiento
el bastón de lo antiguo. No me dice nada
podría decir simple que como ayer como cada día
y está lo que no me cuenta
una ligera brisa como una broma de un instante
que se sacude las alas en el aire
un pájaro distraído clavado en el ceniciento casi transparente
azul inmóvil.
Puede ser que el dolor deja de doler si se le oculta a los ojos que pasan
o si se elude la mirada que quiere hurgar a cada golpe de la hora de diana
es como irle poniendo una piedra diaria al muro que divide o más bien separa
el hola es cosa del rodar de los dados
el adiós es cuestión de tiempo
hablo del hola que arraiga
en ese hola el adiós deja un abismo irrecuperable para el cuenco de las manos.
Un punto blanco de gaviota sobre el azul más azul del mar
solo avistado por el pescador más anciano
ciego olvidadizo las cañas caídas en el rincón de las telarañas
la barca rota en el cuarto de los trastos cerrado con candado.
Hoy el día me cuenta una mentira
no se ha muerto nadie


                                                      Quintín Alonso Méndez
    Las ventanas cerradas del cuerpo

Hoy es un día que duele por su nacimiento mismo
por lo que implica en la profundidad de su medida
en lo vertical es tallo siempre tierno de hinojo
en lo horizontal fue horizonte
de un día así brotó la raíz que entrelazó mi día
le dio brillo de luz y luego voló a lo más lejano
de la tierra del pájaro eterno
hoy es un día que duele  tan triste en sus ruinas
con sus collares rotos de risas desperdigados por entre las piedras
trenzas de risas que llegaban de improviso y me llevaban a lo más tierno del tallo
allí junto con las abejas del vientre y los corales con racimos de miel
tanta sed desparramada entre las ruinas
la lágrima es única no tiene compañera que la acompañe
solo en el día lo visito con mis más vencidas sandalias del peregrino
que visita a diario el templo de la ausencia
hay rumores de brisa apenada por la que vagan infinitas nostalgias
algunos pájaros a veces saltan a la tierra y besan los besos que no se besaron
una vela encendida isla solitaria en lo alto en lo más lejano del páramo del océano
es mástil donde se posa la gaviota ancla que se ata a lo más intenso del recuerdo
no hay ninguna voz que mande a callar este silencio


                                                          Quintín Alonso Méndez

jueves, 1 de octubre de 2015


       Las ventanas cerradas del cuerpo

Las manos abren las ventanas del cuerpo
pero las cierran al más leve golpe de viento destructor
leve la yerba al golpe de la brisa
frágil como un abismo cae rota entre las raíces
se enferman las manos y se olvidan de los tiempos que corren por el mundo
entonces huesudas y anquilosadas se olvidan de abrir los ojos
un día fue el primero y no hubo más días
únicamente un olvidadizo discurrir de la hambruna
con la boca y los ojos cerrados 

                                                      Quintín Alonso Méndez