martes, 30 de junio de 2015


Escriturasfugaces






Desde la garganta apunta al océano de los ojos
el dolor que se desguaza en lo más tierno de la tristeza
en lo más triste de la ternura
esa tiernecita distancia que aleja el mundo de la vida
los niños y las palomas habitan el parque
los viejos sentados
esperando el prometido rayo de sol
ése que lleva al soñado territorio del olvido
las madres son niñas en sus manos de agua
en la luz que les brilla acariciando la corteza del árbol
donde cálido se posa el pájaro del beso
el sendero tiene huellas de infancias muertas
palomas de amores que nacen
los recuerdos son gestos incapaces de quedarse
siempre hay un banco vacío
un cementerio de palabras
que no existieron o que fueron asesinadas
no es nada que una simple vida no exista






                                                    Quintín Alonso Méndez











lunes, 29 de junio de 2015



Escriturasfugaces


La calle desciende solitaria por la espesura de la noche



                                                        Quintín Alonso Méndez

sábado, 27 de junio de 2015



Escriturasfugaces


Donde es la tarde es la cueva ensimismada donde se refugia la desnuda nada. Invisible de transparente. Donde el aire tiene voces de animales perdidos y las alas son el símbolo de las soledades sin rumbo. Donde es la tarde y es tarde. ¿Conoces una tarde así, señalada por los vientos alisios, pero quietamente quieta en su aislamiento? No gustan las frases que se alargan, que se pierden en vericuetos inútiles, zaguanes solitarios de orines y gemidos oscuros. Gustan las frases cortas, hablar cansa y empequeñece la altura de las palabras. Frases cortas que den al hígado. Que sofoquen y a la vez traigan brisas. Como el ácido que se adueña de las plazas, las sonrisas, lo primeros deseos inexistentes porque ya olvidados, olvidados sus aromas y sus temblores. La vida ha olvidado el dolor de caminarla, ahora es el dolor de perderla. Donde es la tarde y es la pereza del desánimo. Con el color engañoso de la suavidad que será incendio antes de cerrar los ojos y ser la noche. Despeñándose los colores por el abismo del horizonte. Pero no dejará de ser la tarde, la alargada tarde desde aquella tarde, desde aquél gemido mineral, la gota de sangre en la piedra, la leve imborrable herida en la carne. Eso soy, donde es la tarde

  Quintín Alonso Méndez

miércoles, 24 de junio de 2015



Escriturasfugaces

Cuando escribo, pierdo vida (pierdo materiales que me sostienen, se me caen irrecuperables las sustancias, inevitable leproso), y a veces, muy pocas veces, cuando me leo, llevo la vista lejos y me digo que la vida ha de existir en alguna parte, recupero la sombra de lo que fue escrito, lo inevitable de una tarde vacía llena de sol. Es cuando desnuda se me presenta la tarde y todas las demás tardes a las que solo las distingue el clima. Así me ocurre que vivo lo que no viví, leyéndolo desde fuera, desde el inexistente lector, y es justo que el dolor, y lo que duele toda muerte de dolor, sea regreso y nunca lo que depare el nuevo día. Porque, ¡ay!, escribir no tiene mañana, es presente que se ancla, se aferra al instante del temblor y del escalofrío. No va más allá. Ahí nace y ahí muere. Solo la lectura trae de vuelta lo que no tiene regreso y que llamamos respiración, el acto mismo del latir. Sin esperanza, sin cuerpo, sin territorios. Pero latiendo por la no vida, por el largo de infinito desierto sin fin, aunque caiga abatido y muera el cuerpo, mueran las existencias de los sentidos. Entonces algo se recupera. ¿Qué? Se recupera lo que no tuvimos: la lucha por no envejecer. La lucha estéril pero lúcida de todo lo conseguido y la triste certeza de la savia que se quedó en el tallo de la planta, un verso, aquél verso que casi nace y se lo llevó la marea. Era ella y su sonrisa, era la sonrisa que me encontraba en algún gesto del mediodía. ¿Fuimos amantes? Sí. Desparejando las distancias, las palabras no dichas, las miradas hurgando en la penumbra cálida del asomo de piel, nada, un mínimo temblor, un roce apenas intencionado por culpa del barullo de los pájaros al sol, retenido un poco, mientras la sonrisa mordía y quemaba y ahondaba la tristeza, sí, se puede decir que fuimos amantes. Y nunca lo supimos. Queriendo decir que claro que lo supimos, pero alejamos las querencias, sin moverme corrí a la búsqueda de un atardecer, rehusamos estremecernos bajo una misma luz incendiaria. Esto trae la lectura, lo inolvidable, lo que no fue, el arma más preciosa de toda revolución: el gesto que se difuminó una tarde fría que se alejaba bajo el paraguas de la tristeza y que a veces regresa bajo el incendio de un día azul, y despierta las páginas, las materializa con el asombro de una fugaz sonrisa



    Fotos: May Naomi

                                    Quintín Alonso Méndez            


lunes, 22 de junio de 2015



Escriturasfugaces

En el leve y sedoso roce,
la hebra del escalofrío
es serpiente que resbala
por los valles del dolor
dolor porque duele la piel que no es tu piel,
el gesto alado de la dulzura que arrastra tristezas,
distancias con ventanas en flor de las que cuelgan recuerdos,
se ahonda la sed de la noche, profunda se oscurece,
la mirada que pasa fugaz es brillo que quema en los ojos,
relámpago que muerde, dolor dulce que se queda,
dulce porque acompaña y cuida de tantos silencios desnudos
ateridos de frío en el descampado de los días nocturnos,

hebras que se deshacen en el océano imposible,
perdiéndose en el abismo de agua 
Fotos: May Naomi
Quintín Alonso Méndez

lunes, 15 de junio de 2015



Escriturasfugaces

Veo mis ruinas en tus fortalezas.
Mi sed en tu boca.
Miente este día azul de nubes blancas de junio.
La quietud solo es la mordaza del grito.
Es de agua el vendaje de las heridas.
Arde el sol en la piel del aire.
Miente la suavidad del silencio dibujando olas.
Solitario navega el rumor desnudo por la orilla.
La costa son derrumbes de acantilados.
Veo la curva incierta que traza el puente de la distancia.
El surco de fuego que el deseo marcó para siempre.
Dentro del árbol canta un pájaro

    Fotos: May Naomi
                                                    Quintín Alonso Méndez



viernes, 12 de junio de 2015



Escriturasfugaces


Hubiese querido ser y no ser muerte,
oír la voz de tus palabras
y morderlas,
una a una, como frutas de agua,
que cayeran en mi boca los sabores de todos los árboles,
gota a gota, limpia y transparente lujuria.
De tus palabras hubiese querido masticar la raíz de cada vocal,
la dureza mineral de cada consonante,
tallos tiernos y abridores del temblor,
morderlas,
morder las palabras desnudas, impúdicas en tu boca
abriéndose a la humedad del estremecimiento,
a la lasciva verdad de la verdad única.
El estremecimiento del árbol nace en tus labios.
Inventaste la brisa para que hasta aquí llegaran
las olas del deseo, agitadas por la voluptuosa sed del mar.
¿Cómo haces para que se estremezca
cada latido de mi vida?
Ha de ser la rebelde furia salvaje
de cada marea regresándote
llena la orilla de los naufragios de la ausencia


                                                         Quintín Alonso Méndez

domingo, 7 de junio de 2015



Del libro de poemas
 Escriturasfugaces

En las cuerdas de la guitarra
hay pájaros que nunca cantaron
los dedos de la mujer saben
de sus gemidos mudos
al pasar rozando llevándoles la brisa
la voz rota que no tuvieron
y asciende por la mano el temblor del alambre
caen besos como pétalos
resbalan por la lisa madera
vibra un silencio que guarda el nombre enmudecido
envuelto en tiempos viejos
la mirada se humedece
hay lluvia en las cuerdas
pájaros muertos en la yerba
una sonrisa triste mira desde el rincón más hondo
en la oscuridad completa
un cigarro en la boca
todo el alcohol en la copa
y un gesto quieto en las manos vacías

de las que caen al suelo hojas secas


                                                            Quintín Alonso Méndez    

viernes, 5 de junio de 2015



Del libro de poemas
                  Escriturasfugaces

Voy a la deriva y frágiles los versos
para sostenerme en ellos.
Frágil la luz de la vela, zarandeada por los vientos.
En el carajo del mástil, un nido espera a la última aventura,
la de la muerte. Que venga y se quede. ¡Ah, lluvia del acero!
Será el advenimiento con vientos huracanados, la furia del olvido,
tempestades desde lo más adentro. Así la brisa derriba las amapolas.
Así abaten las lunas las distancias de los bosques. Fin de mi tiempo.
Volverá el búho a posarse en la rama del silencio. El murciélago
en su círculo del ojo negro. Caerán las palomas, disparadas por la tristeza.
Pero aún existe una tarde como ésta, sin veredas, con la niebla tumbada sobre el mar,
un barco fantasma con hilachas colgándole de los ojos, como al murciélago,
un esqueleto al timón, una fría espada que corta el océano en olas, olas negras,
se vierten en espumarajos, verdean la humedad de lo viejo, alzan lo vencido.
Voy a la derivada, atrás se quedaron los versos, demasiado frágiles
para sostenerme en ellos, me agarré a lo cierto, me vendí al infierno,
y ahora ya soy un dios eterno, fuera del espacio y del tiempo de la vida,
de la gran mentira del cielo. Habitante del universo, donde en cada partícula
palpita un recuerdo. Son las estrellas.
Es por eso que a los niños se los obliga a mirar al suelo


                                                       Quintín Alonso Méndez





jueves, 4 de junio de 2015



Del libro de poemas

Escriturasfugaces
                                                                          entrarás como luz
                                                                          y te irás pájaro libre,
                                                                          llevándote la luz

como pereza de duelo
así de triste está la tarde
así de tierna la mano hundida en el regazo
húmedos los grises que bajan de las nubes
quizás sean suaves al roce las asperezas de la piedra
flores secas cubiertas por el polvo en un vaso olvidado
así se abren las heridas llenan la casa los recuerdos
se ahoga se hunde la casa
aunque siempre parezca que flotan las astillas en los naufragios
es gris de mar el balanceo de las desesperanzas
crece su murmullo en las macetas como crece en el musgo
el húmedo abandono de la ausencia
no son más que las siete de la tarde
de una soledad que hoy también será infinita


Quintín Alonso Méndez