miércoles, 29 de abril de 2015



De     Las cuerdas del violín

VARIACIONES


Variación0


Soy la mala sombra.
No hay islas
solo desiertos de tierra
desiertos de agua.
De las débiles y deslavazadas tiras
que cuelgan en el abismo del tiempo,
tuve, de las primeras señales seniles,
a las que les vi el brillo acuoso  y húmedo
de los desvaríos que llevan al apagamiento,
antesala del definitivo derrumbe del todo,
y que confundí iluso con una luz desconocida
que quizás fuese la quimera que me sostenía
en el camino que siempre caminé a tientas,
tuve, ¡ah, ingenua creencia inventada
cuando se siente la sombra de la guadaña
reemplazando la sombra del viejo y apacible árbol,
con el nemini parco tallado en la seca y desnuda madera!,
tuve, tan débil la soledad que envejece,
tan maleables los suelos en las noches infinitas,
la ciega y absurda voluntad  de construir una isla.
No era la luz, era el blanco brillo de la nada
que muestra el camino de regreso a lo que era
antes del tiempo. Soy la mala sombra.
Esa sombra que ensombrece y sustituye
la sombra del árbol.
No hay islas
solo desiertos de tierras
desiertos de agua




                                                         Quintín Alonso Méndez

 

 

 

 


 

lunes, 27 de abril de 2015




De        Las cuerdas del violín

Arpegioíntimo


Desconocida ausente mujer,
este poema va a pertenecerte para siempre
porque te voy a desnudar despaciosamente
cada poro de cada verso,
y así, cada vez que lo leas
íntimo volveré a desnudarte.
Primero, con las primeras letras, abrir las ventanas,
quitarte las cortinas de los ojos,
esa telaraña que habla de nieblas paseando por el sol.
El violín sin cuerdas o con las cuerdas lánguidas
se asoma a la terraza,
un apenas roce en la excitante tela de la piel
y ya la sangre marca su huella de pájaro ascendiendo.
Sentir en esta parte del verso cómo se abren las carnes
y se ofrecen
a lo que será enterrado más tarde.
Gimen las palomas desnudas,
te orinan en los extendidos muslos,
abiertos, morbosamente abiertos
al desparrame de las aguas
líquida miel hija de la espesa lava.
Separarte los helechos mientras aquí resbala el verso,   
apartar una hebra húmeda de un sueño,
un sueño de cualquier hebra que no hunda.
Deslizar por el musgo la lengua,
descubrir cómo se abre la flor
bañada de rocío bañada por el salitre,
besar sus brillos de diamantes de lluvia,
leer en este verso cómo se estremecen los pétalos,
llevando el palpitar de la vida estremeciéndose a los labios,
al desguace de trémulas palabras rotas,
a las bocas de los pechos.
Desnudarte siempre,
despaciosamente, con los dedos de los versos,
cada vez que me lees,
sabiéndome desconocido, ausente, siempre





                                                     Quintín Alonso Méndez

viernes, 24 de abril de 2015



De 
      Las cuerdas del violín

Arpegio6


El verano de la primavera,
los pájaros componiendo las músicas
de los nidos.
Nunca sabrás cómo es este azul
si no lo bebes de las uvas del océano,
atlántica la distancia,
atlántico
el aroma ensalitrado de sus cuerdas.
Soy el perfecto poeta inacabado,
el que nunca nació,
pero ven, muerde la carne del almácigo,
en el tallo tierno del verode,
en el dátil de la palmera,
en el racimo de luz de la delicada
desesperanza,
en la tierna hoja incipiente
del amor que iba a nacer,
deja que te susurre en las caderas
el roce perdedor del arco,
la penumbra de la luz consumiéndose,
toca, toca lo que no se puede tocar,
la alada música de la melodía quieta,
perdedora,
que te asusten
te sobresalten
te lleven al sacrilegio
los versos perfectos
irrepetibles
de la muerte mordiendo
desnudando
poseyendo
la vida,
¡ay!, una lágrima de sangre
tiembla
en la ingenua luz,
¿viniste a rescatarte?




                                                    Quintín Alonso Méndez



jueves, 23 de abril de 2015


De 
                   Las cuerdas del violín

ARPEGIOS


Pequeño
ligero
el pez nada
en la muda agua cantora
de liras, violines
y corales
de la música.
Anochece.
Lo veo nadar,
¡pez del abandono!,
silencioso, calmosamente
sumergido
aislado
en la burbuja del océano.
así peces en mi interior
son mis recuerdos,
donde navegan
sin brújulas
en la fuga del tiempo,
sin saber,
criaturas errantes,
que están muertas


                                                      Quintín Alonso Méndez



lunes, 20 de abril de 2015



De  Las cuerdas del violín

Mi bello solitario mediodía de hoy

Indefenso, tan a la intemperie
lo que palpita dentro
extremadamente débil lo que duele,
la voz que escarba en la herida
que no sanará,
llaga en carne viva que crece
acercando la vejez de los ánimos
su lenta indetenible decadencia,
sin defensas lo que se pierde
dolor que se ensancha
como un horizonte
ante el que me derrumbo
bella placidez de la derrota
palpando la vejez

                                                       Quintín Alonso Méndez   



domingo, 19 de abril de 2015

    Foto: Jorge García

De   Las cuerdas del violín

La viuda araña negra de la noche
muerto el soplo del día
paciente va tejiendo
sus finos hilos de luna,
enramando las ramas desnudas
del oscuro árbol de la soledad,
falso lecho de plata
que atrae los insectos débiles
y atrapa las confiadas alas
que se acercan,
cárcel de los sueños,
trampa mortal
donde inmóvil me encuentro,
cadáver de la luz,
eternidad de perpetua noche

    Foto: Jorge García
                                                        Quintín Alonso Méndez





viernes, 17 de abril de 2015


De   Las cuerdas del violín

SONATAS


El silencio de los ojos dice las palabras
que callan los labios,
en los ruidos del bosque se oye el palpitar
de esos silencios
su respiración jadea
ascendiendo de las húmedas sombras
cuando no hay mirada, no hay labios
no hay voz
es orilla de costa el rumor que se queda
cuando se ha ido el rostro que habita
cuando ya se fue la luz de la boca
que llevaba el canto del agua
a la mirada
entonces, tambaleándose en su desgarro
busca el viento las esquinas
ahí vierte, hechas astillas, las palabras
que naufragaron
y que sangrantes, sin ojos
sin labios
las manos entierran
                                                               Quintín Alonso Méndez

miércoles, 15 de abril de 2015



«Las cuerdas del violín»

HILACHAS DE LAS CUERDAS


A los dos años de mi vida es mi muerte
rasga en el desespero el arco
desvariado del violín
dos minúsculas partículas
desprendidas de una estrella
un simple átomo de luz
en el universo

más nada que la nada
es el todo
capaz de morirse
sin querer nada

fugaz la estrella inquieta
que busca sábanas
debajo de las piedras


                                               Quintín Alonso Méndez


jueves, 9 de abril de 2015




De «Las cuerdas del violín»

MI POESÍA


Mi poesía está por encima de los acantilados y sus brumas alzadas,
y tan abajo que ni las raíces, en su hundimiento de oscuridades, llegan,
entremedias juega a descalabrarse con los colores,
así se pierde, se despeña por los riscos de las soledades,
tálamos de helechos para los ebrios acordes,
cuerdas de violines rozadas por el arco de las abejas,
es la media tarde.
Bien lo sabe el águila, destrozadora de mis versos,
así se produce el viento entre celajes, herida seca y fría,
y bien lo saben las mórbidas lombrices más ciegas,
que de mis versos se alimentan palpando la carne,
entremedias se los beben como néctar las alas de la muerte,
es la noche más hambrienta.
Es el prístino destino imperturbable de mis poemas,
alimento insano pero único de los enviados al destierro,
ya sea inmóvil aéreo o subterráneo
o entremedias ahogándose deshonestos en los océanos.
De algo habrá valido mi terca estancia ignorada
en estas tierras en estos mares en estos aires.
Lo sabe el pájaro,
al que le abrí la jaula para que fuera asesinado,
un cernícalo, el manotazo certero de un gato,
la estúpida miseria del ser humano.
Lo sabe la humedad más lóbrega,
lo sabe porque húmeda es la madre de la tristeza,
húmeda de tan oscura enferma
la noche más solitaria.
Mi poesía no me pertenece, no la reconozco,
es otra trampa de los huéspedes del alma
que roen y roen y trituran hasta que el racimo cae,
desparramándose las uvas,
vino malnacido que nunca será,
manchas en las pencas que quisieron ser versos,
el tinte rojo de los labios que no besé,
la cochinilla que se posa en los labios,
que quiere escribir, morder la boca misma,
esa boca inexistente
como inexistencia voluntaria es la poesía
cuerpo sin materia
agujero negro que se tragó la luz 
mala sombra condenada a no vivir
para así tampoco morir y errar moribunda,
¡ah, mi poesía, mala noche interminable!,
es la mañana que no amanece




Quintín Alonso Méndez

miércoles, 8 de abril de 2015




Del libro no escrito
De «Las cuerdas del violín»

«Se acabó el futuro», leo en la portada del libro no escrito,
avinagradas las letras que parecen sombras metidas en el agua.
El futuro son viejos papeles amontonados que no volverán a ser leídos
por estos ojos cansados venidos de secos territorios
que pierden su errátil mirada de animal enfermo
en la vaciedad del paisaje del despedazado tiempo,
ni volverán los deshechos papeles a ser tocados
por estas manos vencidas llenas de recuerdos llenos de olvidos,
sonámbulas en las horas nocturnas.
No hay una sola palabra que batalle y sepa desandar las páginas,
rastrear por los surcos encharcados de vacíos,
despertarle un solo átomo al ánimo del postergado pobre libro.
Es un ámbito oscuro que planea sobre las hojas envejecidas
que los inviernos arrastran a los más escondidos silencios.
«Se acabó el futuro», leo en la última página del libro no escrito,
descuartizado por implacables zarpas que alimentó el miedo,
la mano derrumbada sobre los papeles destruidos,
la camisa rasgada, el pecho abierto, traspasado por la muerte,
desangrándose sobre los pulverizados escombros del libro,
vieja tierra rojiza de los desiertos,
nocivo polvo, desperdicios del libro no escrito    




                                                       Quintín Alonso Méndez

domingo, 5 de abril de 2015




poema de «Las cuerdas del violín»

LA HERIDA DE LA NOCHE


Desnudas lunas negras
azuladas por el silencio de la noche
se deslizan desde los ojos de la mujer,
resbalan por los rumores de sus pechos
y caen astillándose cristales de arena
en los carnales muslos desnudos
que gimientes se abren a la marea,
brillan mercúricas
diminutas gotas de sangre
cicatriz futura del olvido.
dos arcos de temblorosa y ciega luz
cimbrean la herida de la noche,
se mecen en las aristas de las olas.
se enreda el musgo en los labios
de las desbocadas bocas
besos desguazados en el océano
donde la lava es agua
y es agua el fuego que arde.
oscuridad adolorida aquí en lo alto
en la soledad náufraga de mi noche


                                                   Quintín Alonso Méndez





viernes, 3 de abril de 2015




De «Las cuerdas del violín», libro de poemas

La mano tendida nunca estuvo
y sigue sin querer saber que ese murmullo
de vacío en el espacio siempre estuvo.
Aquél hombre amó tanto a esa mujer
de la que no recuerda su nombre
de la que no recuerda cómo era
que olvidó la vida, su origen primario,
ahora no sabe regresar,
no sabe encontrar el camino de vuelta
y allí está, apoyado en la esquina de la tarde
palidecen mortecinas las horas,
se mueve con ellas, a duras penas,
una música que suena a pies descalzos en los charcos
a violines sin cuerdas en los labios
ebrias las horas, ebrio el pulso de su corazón
gotea pus de sus grietas
«no dejaré que te acerques», le dice a la muerte
mientras la muerte se acerca
pero es esa mujer quien se lo está diciendo
desde alguna parte del mundo
donde la vida llamea.

La mano tendida nunca estuvo
y sigue sin querer saber que ese arrullo
del frío en sus brazos siempre estuvo



                                                Quintín Alonso Méndez