martes, 28 de octubre de 2014




De «Últimas notas»

 Un día cualquiera

Cimbrean las cañas de tus caderas cimbrean la luz,
como las trenzas aquellas del sol
que se dejaban caer sobre la desnuda tarde
cimbreaban los instantes que tenían alas
y ya eran vuelo antes del gesto,
antes de la caída del sol detrás del mundo.
se cimbrean en el dolorido espacio de la ausencia
como se cimbran los cadáveres más débiles
venidos de las derrotas que el insomnio ya venía avisando,
espacio etéreo habitado por ruinas de pájaros y árboles
cenizas que se elevan desde un suelo ingrato, esquivo.
a nadie se le niega una tristeza,
grita el manto negro de la infinita noche.
la pérdida es el mástil más alto,
bajo el agua es el cementerio
de las sonrisas que no nacieron


                                                
                                            Quintín Alonso Méndez


lunes, 27 de octubre de 2014



De «Últimas notas»

No la nombro

Te digo no la nombres, no la nombres, no precipites la catástrofe,
deja a la muerte que venga así, como si fueran olas
de una marea larga de un día eternamente apacible,
infeliz la paloma, que nunca verá al águila,
eterna la marea aunque de pronto sea la sublime hacha
vertical descendiendo, sajando la ola,
desmenuzando en espumas la eternidad,
y entonces no la nombras, y dices ella, y ella es el espacio de un cielo azul,
y es el cielo que sajante estalla en un aguacero
y es el derrumbe,
esa pequeña y diamantina gota de rocío
que se queda en la rosa hasta el atardecer,
para cuando sea el vertical hachazo de la noche,
eternamente apacible


                                                  Quintín Alonso Méndez






Ateneo La Laguna
jueves, 20 de noviembre, a las 20,00 horas

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jueves, 23 de octubre de 2014




Ateneo de La Laguna

Presentación «El edén de Salomé»
Jueves 20 de noviembre a las 20.00 horas



miércoles, 22 de octubre de 2014





De «Últimas notas»

Despedidas

Si las mujeres están lejos, muy lejos, la vida te parece bella, muy bella.
Si la mujer está lejos, muy lejos, la vida está lejos, muy lejos
                                                                                              Anónimo


No le hice caso a las palabras del viejo, no le hice caso a mis propias  palabras
que me hablaban en silencio. No le hice caso a la rama seca del árbol
que me pedía que la cortara antes del derrumbe otoñesco.
No le hice caso al viejo, a su advertencia de que el camino se consume
apenas ser empezado, que vas a mirar y ya es tarde,
que la vista se desconsuela apagada y no da para ver ni tus propios pies,
¡ah, esos mismos pies que cruzaron el monte a solas, descarnando las zarzas
y se perdieron para encontrase abajo!, justo abajo en el camino,
justo donde ella y él se besaban, ¡tan olvidados de todo!
¡Qué importaron los arañazos, las muertes que se quedaron allí,
en las cunetas, qué importaron las vidas que se murieron desangrándose!,
¿nos importaron los gorriones que matamos a pedradas,
las ranas que descuartizamos, los lagartos tirados en la hoguera,
aunque yo no lo hiciera, los rabos de los perros y los gatos
incendiados con gasolina, nos importaron? Me importaron.
¿me apartaron por débil, mariquita, por decirles que no,
empezaron a apartarme al primer empujón, al primer «vete, curita»?
No le hice caso a las palabras del viejo, «guárdate de los que te quieran».
No le hice caso a las calmas que se arracimaban para unirse a los temporales.
No le hice caso al viejo, que me dijo que el tiempo se acaba pronto,
¿tan pronto, tan pronto, que ni tiempo a sopesarlo, a decidirlo?
«Tan pronto», me dijo el viejo. Supe de su muerte al día siguiente


                                        Quintín Alonso Méndez        

lunes, 20 de octubre de 2014




De «Últimas notas»

Último día

La fiesta de los pájaros resplandece en el follaje brilloso tras la ligera lluvia,
apenas hebras oscuras del gran aguacero, el cernícalo posado sobre el muro.
El verde, desnudo, vegetal, brilla lúdico en el aire húmedo.
Desde esta sombra tranquila, sólo es intranquila la vida, observo el mundo.
Es un callado escenario, a cubierto de las distancias,                
protegido por la cristalera sublime de otra dimensión.
Los olores de las distintas yerbas se mezclan y arman el jolgorio de la atmósfera.
Se impregna el aire del aceite salitroso de las nostalgias, ¡pájaros yéndose!
Campos interminables de derrotas tumbadas sobre el atardecer.
Los colores están pálidos porque es débil la fortaleza del olvido.
Ninguna mirada se inclina en el camino a dar la dejancia de las buenas tardes,
o a desearle al buenos días que no se desbarate aún, que soporte un poco más,
que al menos dé tiempo al último gesto de saludo de la tristeza
arañando en las pérdidas irrecuperables, como consolándolas,
antes de que la oscuridad me cierre los ojos.
En lo alto del muro, el cernícalo solitario escarba en la soledad
y sólo encuentra recuerdos deshechos, restos disecados de lo que no fue.
Alza el vuelo, se pierde en la neblina, se hunde en las entrañas mismas
de las raíces abandonadas, secas.
Es rumor de mar el susurro de la casa a solas, agrietándose.
A diario se incendia lo que no está


                                         Quintín Alonso Méndez


           


jueves, 16 de octubre de 2014




De «Últimas notas»

El muelle      

La mujer es el naufragio
al que obsesivo ciego
el hombre se aferra
temeroso de perderse
irremisiblemente solo
en su oscuro destino de náufrago
condenado al desamor, al destierro.
Hay que soltar las amarras,
soy descenso de la pendiente
que el tiempo me ha deparado,
muelle viejo roto, vencido,
atado a una vieja costa esquilmada
sin futuro ni esperanzas de arribo,
hay que soltar la amarras,
dejar libre a la desnuda brisa
que abre las belicosas velas
a los años nuevos que apresuran el paso
y ascienden ligeros, firmes, decididos,
rompiéndole los muros al viento
con sus vestiduras de pavos reales,
desafiando al mundo, al destino,
aferrados ciegos a la leyenda del tiempo,
héroes, firmemente dispuestos al naufragio


                                               Quintín Alonso Méndez

martes, 14 de octubre de 2014



De «Últimas notas»

Mentiras ciertas

En la prosa de los labios de esa mujer
desde la distancia he visto desmenuzarse
los temblores simples del tiempo,
con sus pañuelos y dedos de gaviota
he visto cómo de un suspiro destila
gotas de lluvia de medianoche,
de esos hilos verticales, frágiles,
creí sentir a la luna tejer versos.  
Para dejar de ser la molesta vorágine
insistente
me he venido al rincón de la ausencia
desde aquí no saldrán más que voladoras
cenizas
que no irán lejos, enredadas en las zarzas.
En esos labios de mujer leí el verbo de la muerte
pintado de sangre.
No, no era el incendio del sol,
era la hoguera inmensa de la noche
atando el silencio al adiós


                                              Quintín Alonso Méndez

sábado, 11 de octubre de 2014




De «Últimas notas»

La frontera del abismo

Me quedan dos amaneceres y tres noches.
Dentro de ese tiempo, por ponerle nombre a lo impalpable,
interminables caravanas de infinitos instantes ciegos,
suficiente largura del espacio para tensarle las cuerdas al olvido,
incontables puntadas de la aguja en el descoser de los años.
Habrá lugar extenso para desbaratarle los sueños
a los recuerdos que cuelgan, trenzas de esqueletos.
Donde escribo sueños puedo escribir pájaros de hojalata en los charcos,
donde escribo recuerdos puedo poner lo que escribo cuando no escribo,
¡habrá tanto lugar donde ir depositando lo bello, lo inexistente!,
infinitos, sí, infinitos instantes para cortarles sus alas de mariposas
y a esos instantes así entonces echarlos a volar en las aguas de la sangre.
Sin término los finitos estambres de las caricias que desconsoladas
se hundieron antes del arribo y ahí flotan en el mar de las negruras,
platean como peces que agonizan, no morirán, son el destierro.
Desperdicios de vida desperdiciada. En la noche, en la incontestable noche


                                               Quintín Alonso Méndez


martes, 7 de octubre de 2014




De «Últimas notas»

La esquina

Las verdades no van a ninguna parte,
se quedan quietas en sus soledades aisladas,
un espacio infinito entre una soledad y la otra,
la lluvia enjaula bajo su manto brumoso,
ensordece y ciega los ojos, anegándolos.   
En cada esquina, invisible, hay una verdad muerta,
son las mentiras las que van y vienen
y se abrazan bajo la farola rota,
las que cruzan la calle aplastando los charcos,
las que reparten besos y comparten cama
porque les sobra vida y les sobran los silencios,
las verdades son pedazos de esqueletos
porque son vidas despedazadas.
En una de esas esquinas rotas,
quemadas por la humedad
y por la ausencia del sol,
por donde nunca pasará la sonrisa
ni siquiera un silencio que no muerda,

lleno de verdades, muerto, ahí estoy


                                                 Quintín Alonso Méndez

viernes, 3 de octubre de 2014





De «Últimas notas»

Hasta siempre


En el cementerio de mi vida –vamos a llamarla así, a esta correría desmesurada
del tiempo a ninguna parte-, se me amontonan los muertos.

Acaba de irse un gran hombre.
Él fue quien trajo a casa mi primer grito desnudo,
«ha muerto», dijo su voz rota. Ha llovido y siempre estuvo.
Sin decir nada siempre estuvo. Me contó historias.
Me acercó lo que no tuve, hizo que me volvieran recuerdos
y supiera amamantarlos y guarecerlos.
Siempre el humor ojos afuera.
Me enseñó que las penas se tragan a solas.
La vida está llena de escasos momentos
dulcemente asombrosos 
y de innumerables momentos de dolor.
En ambos casos sobran las palabras.
Acaba de irse un gran hombre

            Quintín Alonso Méndez         

miércoles, 1 de octubre de 2014



Octubre


La soledad camina, la vida entierra caminos, borrando las huellas. Al nacer, fui adiós. Crecí apenas, me mató la gran risa de la gran luz. Ahí va, risueña, feliz, de la mano de su hija: «te voy a enseñar un lugar», le dice. Nunca hace calor en esta parálisis de planetas. Tampoco hace frío. La distancia es así. Sin un sol que la guíe. Me gusta esta tarde, que invitará luego a las estrellas a caerse. No sé nada, le digo a la pared firme del aire. Hablo con mis muertos y no con la gente que me rodea, que deambula por ahí. Aprendí que todo está escrito. Seguirán escribiendo los dioses, lo que le dicten o signen las diosas. La tristeza suele venir sin que se pueda saber de dónde ni por qué. Muchas veces la trae unos de esos días que parecen ausentes, distraídos, metidos en sábanas grises con la brisa desangelada. No se sabe por qué la tristeza viene y se posa, sin querer irse, se arropa en el abrazo inmenso de la nada, apoya la cabeza en el cristal y deja que la mirada se ponga a hurgar en el horizonte las figuras de algodón. Los recuerdos vienen, pero no son más que olas de aire envejecido, apagado, que pasan de largo y se extienden a lo lejos, cubriendo las pocas palabras que aún sobreviven entre la yerba. Son pájaros sin alas, le digo a este silencio que se ha apoderado de la casa. Mi rumbo no se comparte. No hablo ninguna lengua humana. Nunca has hablado conmigo, mi voz únicamente te decía recortes de periódicos, titulares de prensa, miraba a lo alto y decía, viendo el rebaño de ovejas, todas agrupadas, «va a llover», y no decía cuándo, pero eso era todo, o asentir a lo que imaginaba tus palabras, porque mis oídos no dan para más: se han ido apagando, metidos en la sordera del mundo. «En este lugar fui feliz», le dice a la niña, que mira sorprendida, adonde la madre, una isla despedazada por los temporales, encallada en un rincón olvidado de la playa. La soledad baja por el camino solitario, y la vida viene detrás, borrando las huellas


                                                    Quintín Alonso Méndez