viernes, 28 de febrero de 2014

                                                               Foto: Jorge García

La novela


Ha abierto los ojos, se ha puesto en pie, torpe, con tranquilidad fingida, ha dado los primeros pasos, tambaleándose, pero sabe que no va a detenerse, al fin se atreve a moverse, a echar a andar, «la novela», no tiene nombre, sólo es «la novela», ni siquiera sabe dónde ha pisado al ponerse en pie, ni por dónde va a caminar, no le importa. Va a caminar. No sabe nada. No quiere saber nada. Va a salir a la calle y va a escribir el color del día, pero ese color que está detrás del día, o dentro, será una mirada y una escritura silenciosa, sólo será quejidos y palabras interiores, nadie me verá mientras le sacuda el polvo al sendero y escriba, lo digo mal, y deje que escriban los sentidos, a su manera, sin interrumpirlos, sin molestarlos, sin interrumpir ni importunar a nadie, sólo a mí mismo, a solo yo, porque el otro, el que estaba conmigo, el que me ocupaba y me taladraba segundo a segundo las sienes, ya tampoco está. También escribirá el color de la cara oculta del día, de la noche. Solo ante la escritura y la literatura sola ante mí. Caminará despacio, a veces, las cuestas abajo son así, caerá rodando por la yerba o por piedras llenas de aristas, pero caminará. Yo no la veré, pero «la novela» sí verá la luz. «La novela» será cobijada, mecida, abrazada, por brazos que soñé me abrazaran, me rozaran, unos labios se posarán en sus renglones, surcos de miel resbalando, goteando, esa lluvia ligera que hasta en verano viene a visitarnos, a llamarnos desde la cristalera de la ventana, los árboles silenciosos ondulándose en la tarde, la novela silenciosa. Cuídala, mímala, ese hijo que quise tener y que nació después de haberme ido yo: va a ser cierto: no lo saludaré        


                                                          Quintín Alonso Méndez 



martes, 25 de febrero de 2014






Tu carta


Tu carta

Hola, ya lo sabes, mis deseos de escribirte siempre
para no hablarte de mis deseos, que por otra parte ya los sabes,
y que no son otros que los de desearte siempre
es decir
recibí tu carta,
un pájaro posado en el buzón
que levanta vuelo nada más verme enfilar la vereda solitaria,
y enseguida me siento y me embarco en la disculpa de contestarte,
ya sabes cómo me brinca el corazón cada vez que recibo una carta tuya,
en la que no importa que no me digas nada,
me limito a mirar las olas que signan tus palabras, menudas y alargadas,
navegar el mar con ellas, verlas mecerse en la costa deshojando el salitre,
el pájaro encaramado en su torre de hojalata,
remontando vuelo cuando siente que me acerco enfilando la vereda,
me conoce de muchos años, de verme a diario subir y bajar la pendiente,
evitamos mirarnos a los ojos, vernos con las manos vacías, el rumbo perdido,
lo ojos ciegos,
al pájaro lo mueven las alas, a mí los deseos
y me siento a escribírtelo, mis deseos de escribirte siempre




                                                       Quintín Alonso Méndez

lunes, 24 de febrero de 2014



El camino


El camino más fácil y el más corto para llegar a la muerte
es la vida
conocí tarde el amor y temprano se fue
los vivos que viven en mí se me están yendo despacio
como si no quisieran traerme el dolor de golpe
sino poco a poco
en pequeños sorbos envenenados de amargura
invadiéndome por cada poro
con la lenta ceremonia del hundimiento
la tristeza en una mar en calma
tendida
el horizonte solitario
me acerco a comprobar que respira
son latidos tenues de dolor para adentro
callado
sólo son los ojos, que se apagan
apenas cerrándose débiles los ojos
como el vuelo de un pájaro alejándose
es incendio la caída de la luz
resumida en el sol
está cansado el día es pronta la noche
aquí, en este silencio que besa el vacío,
están todos los versos
¿sabré rescatar alguno,
traerlo de vuelta a casa?
¿sabré habitarlo y que no se me muera en los brazos
de soledades y ausencias
como se me han muerto todos los sueños?





                                                         Quintín Alonso Méndez

viernes, 21 de febrero de 2014

                                                               Foto: Jorge García


La escritura


He de caminar por la página en blanco como camino por tu cuerpo, y he de estarme en ella como me quedo cuando me siento a mirar tu alma, quedarme en la página, recorriéndote, bebiendo y respirando de mirarte, sentir en la brisa los aleteos de las hojas que se desprenden de los árboles y que flotan en el aire silueteando tus pasos, camino que camino ahora, no cuando te caminaba, entonces era la página en blanco, el milagro de la luz, de la existencia, camino que a diario recorro, muy despacio, con miedo a pisar alguna hebra del día y que su gemido de instante triste asuste a la libélula que dibuja tu aura y les haga remontar vuelo a las mariposas que vuelan en los jardines de tu vientre, esas mariposas que descienden de tus dunas de dulce leche y suben por las trenzas de algas de tus muslos, muy despacio paso por cada hebra del día, con mi torpe cautela, para no molestarte, así camino, así caminaré por cada hoja en blanco, sé que iluso, pero pretendiendo veredas apacibles cubiertas por enredaderas por las que quizás pasees alguna tarde y quizás así me recuerdes, recuerdes aquella otra tarde donde tus dedos se enredaron en mí para siempre, veredas que lo más probable no llegarán a ser más que pobres surcos donde la tierra seca a la espera de la lluvia, no recibirá más que semillas de aisladas palabras que quieren plantarse, germinar y llegarte. A cada hebra del día le robaré el hilo de un verso que, aunque doliente, palpite de vida, sabré tenderlo y alimentarlo, darle las palabras necesarias para que se crea volador, vuele, y se pose en los árboles de tus parques. He de caminar por la página en blanco como camino por tu cuerpo, y he de estarme en ella como cuando me siento a mirar tu alma, así son, así serán todas mis páginas, hebra a hebra iré tejiendo los días, que son tuyos aunque no estés, y aunque estuvieras y estás y siempre estarás, la isla a la deriva sabrá adónde llevarme y el tiempo sabrá llevarte mis mundos de papel, en tus manos cobrarán vida, entonces abrirán los ojos y aprenderán a mirar más allá de donde mis ojos miran, entonces sabrán qué sentido puede tener el novivir     



                                                             Foto: Jorge García

                                                 Quintín Alonso Méndez

jueves, 20 de febrero de 2014

                                                           Foto: Jorge García


La nostalgia


La nostalgia va más allá,
se mete dentro del tiempo,
lo traspasa,
va más allá,
se va detrás
y hurga en el otro tiempo,
el que rozó al que fue,
o dentro del tiempo escarba,
busca con fiebre,
en la raíz está el dolor,
y la nostalgia tiene su raíz más allá
de lo que fue, o más adentro,
la tiene en lo que pudo haber sido,
nostalgia de la nostalgia,
dolor por lo que no fue
más que el vértigo por lo vivido,
la nostalgia camina siempre más despacio
que el camino,
nunca se pierde,
es horizonte en los dedos,
orilla en el atardecer,
herida de pluma en el paisaje,
lágrima de beso bajo la lluvia,
aturde y ensombrece
cuando la luz es pálida,
grita, a veces grita,
en la ventana que calla,
es madre de la tristeza,
es un pájaro solitario,
es ese árbol,
la mano que mece un sueño,
también es la risa,
la que se diluye en los labios,
suele apoyarse en la baranda
a ver pasar barcos de papel,
nubes errantes que navegan,
en la quietud se alonga
y le pronuncia el nombre,
la nostalgia sabe
que otra nostalgia vuela,
lleva el mismo aire
arañando en los ojos,
no duerme
busca
se adentra
se aferra
es raíz
nostálgica raíz
la otra raíz




                                                              Foto: Jorge García

                                                  Quintín Alonso Méndez









miércoles, 19 de febrero de 2014

                                                              Foto: Jorge García

Después del tiempo


No importan los años que fueran, importa la luz de ahora, aunque falsa e inventada,
la rosa almacena su ternura en la espina que rasga y desangra,
la caricia de la seda se hace olvido igual que el papel se deshace en el agua,
es el dolor el origen del latido, la risa no hace más que ponerle cortinas al aire,
se disfraza en los días señalados, baila por los callejones oscuros de la historia,
no hay jardines para la rosa, pero la rosa surge, yace en la almohada, gime
cuando caes desnuda, desmayada, solemne el ritual de la ofrenda, risas quedas,
ahora susurros dentro de la boca, nadie mira al árbol sin hojas, que muere solo,
se secan las rosas bajo la cama, quedan las espinas, débiles, que ya no muerden,
no sangran, recordando lo que no tiene ni olvidos ni recuerdos, no tienen nada,
es el dolor el origen y es, después de que el camino camine el tiempo de una tarde,
es ese grito callado al que nadie puede llegar, cerrados los jardines de regreso a casa,
cerrada la ventana por donde entraba la luz repartiendo el azul, la vida cerrada,
pero importa la luz de ahora, ¡qué fácil es la risa cuando se le sueltan las amarras!,
parece mentira, le dice la rosa a la espina, nunca me habías besado, siempre callada,
tan aquí, tan mía, ¿cómo puede un silencio soportarse tanto, morirse amando?,
la espina, por una vez, antes de secarse de vejez, de morirse amando, se atreve,
mira a lo alto, adonde la rosa, a sus pétalos que nunca tocó y por donde le resbalaba       
en cada amanecer el rocío que caía y la besaba, mira a lo alto, a la rosa, al alba,
y en silencio le dice, así habla lo que no existe, le dice, en silencio le dice, sin lágrimas,
porque pertenecen a los vivos las lágrimas, en silencio le dice, sueño, lo supe siempre,
que abrirías las alas y serías rosa, pétalo, en cada beso, en cada sonrisa, libélula
en cada silencio de vuelta a casa, en la almohada donde ahora son nidos los pétalos
que te abrazan

le dice la espina, después del tiempo, cuando la muerte

                                                              Foto: Jorge García

                                                Quintín Alonso Méndez


martes, 18 de febrero de 2014

                                                               Foto:Jorge garcía


Ella


Ella lleva al silencio como aureola cuando camina, pero ese silencio lleva palabras prendidas que llaman a batallas, a cruces de palabras que no necesitan ser pronunciadas, a las miradas que buscan por las calles un recuerdo descarrilado o un después cálido, sentados a la tibieza de una mesa y un café, subiendo una escalera con roces de manos que huyen del frío, envueltos en una canción que susurra tristezas por las paredes de las soledades, un recuerdo o un deseado después que sea recuerdo tarde, lo más tarde que pueda ser el sonido hueco, dejando el vacío, de una puerta al cerrarse, aunque duela y maltrate como sólo puede hacerlo un deseo con alas, por donde las sábanas llevaban en su piel azúcar de labios y que ahí respiran, quietas en la espera. Ella lleva al silencio como aureola cuando camina, lo pasea por las aceras, y ninguna mirada alcanza a verle dentro de los ojos esas heridas que el silencio cuida y protege, lleva al silencio en sus manos, en la delgadez de sus dedos, y cuando parte se lleva los mismos silencios y otra herida que nadie verá cuando la miren con la mirada del deseo. Ella habla y entonces sus labios son dos alas que no vuelan, que están posadas en la atalaya desde la que se vislumbran los horizontes que se fueron y los horizontes que no están, que no vinieron. Sólo viene lo que está, dice la brisa que le aletea en los labios.
Ella lleva al silencio como aureola cuando se desnuda, pero ese silencio lleva palabras que ardieron y que arden en paisajes que sólo el silencio sabe. Ella es risa y es esa tarde que viene y se va con el atardecer, donde las lágrimas es la orilla que se extiende alargada y que recorro a diario mientras cae la noche, con el único deseo de borrarlas y se conviertan en el agua de las mareas de la vida feliz que la espera.
Ella se lleva el silencio y lo posa en las ventanas de su vida nueva, mientras aquí la noche me cierra los ojos y en un sueño veré una vereda abriéndose violácea sobre las aguas por donde una niña y una mujer se alejan cogidas de la mano

                                                              Foto: Jorge García

                                                 Quintín Alonso Méndez


sábado, 15 de febrero de 2014



El amor


La poesía es la palabra
esa sola palabra
en donde germinan
los sentimientos limpios
por eso libres
insobornables
invencibles
la poesía es decirle a cada instante
de la vida
mirándola a los ojos
aunque sea la oscuridad
aunque sean ciegos
el día y la noche
mirándote
aunque seas distancia
aunque seas dolor
decirle a cada instante de la vida
bajo el sol
dentro de la lluvia
zarandeado por los temporales
decirte
gota a gota de sangre
vertiéndose en la tierra
sembrándose:
me recuerdas al amor

el motivo me lo ha dado el mundo
en sus esquinas rotas
en sus paralelas atravesándose
me lo ha dado el silencio
con su voz
el roce del beso
haciéndose vuelo:
eres el amor





                                                   Quintín Alonso Méndez

viernes, 14 de febrero de 2014



La necesidad del diablo


No necesito la mano amiga
esa mano amiga detrás de la pared
en donde el silencio más alejado
no necesito la flor en el vaso de cristal
no necesito la sonrisa que cuelga del balcón
no necesito la sombra dulce del día de sol
no necesito el beso que viene para irse
no necesito esa mirada que mira sin mirar
no necesito que me dibujen las fronteras
y me digan hasta dónde puedo llegar
no necesito la fiebre para hundirme en la oscuridad
y me pongan antorchas en la noche del camino
no necesito la lluvia para sentir la tristeza
no necesito al viento para que me empuje a la soledad
no necesito las mentiras rasgándome la piel
ya me la rasgan las verdades
no necesito el hola del adiós
no necesito la vida para morirme de necesidad



                                                  Quintín Alonso Méndez


jueves, 13 de febrero de 2014



La luna


Era la luna fría trayendo la serenada,
dejándola caer sobre nosotros para que buscáramos el abrigo
de nuestros cuerpos desnudándose al calor de los deseos,
era la luna fría entrando por la ventana, con racimos de estrellas en los labios,
fugacidades azules de hogueras de agua, que ardían abriéndose en los ojos,
era la luna desnudando las brasas de nuestro amor, luna bruja de abril que nos trajo
palabras tibias que temblaban entre nuestros dedos como pétalos en busca de cobijo,
era la pared rugosa de la noche que selló en tu piel la cicatriz de la eternidad,
era la luna desbaratando las sábanas que tiritaban como alas aprendiendo a volar,
era la luna fría volcando la marea desde los altos acantilados de nuestros besos
desparramándose gimiente por las playas de nuestros vientres, arena líquida
que nos incendió en su lava de olas estallando oscuras en el vértigo del placer,
era la luna fría cayéndose en el mar,
llevándose el abrigo que nos denudó




                                                      Quintín Alonso Méndez


miércoles, 12 de febrero de 2014



La canción

No cantes mi canción, no la cantes,
déjala que vuele solitaria, que se pudra en sus soledades,
déjala sola sola sola,
no intentes desarmarla ni buscarle las cosquillas a sus alas, nació así,
así creció, al otro lado de las fincas de los tarajales, entre charcos,
mi canción no tiene más que colecciones de revoluciones cercenadas,
infinitas infancias reventadas por el hambre, infinitas distancias,
infinitas muertes de vidas recién nacidas, infinitas hambres de justicias,
no cantes mi canción, súbete al escenario donde hacen el amor y cantan
los intelectuales, los músicos, los actores, los que saben vivir normales,
sin mirar alrededor, hermosas almas que dejan las cosas como están,
¡hermosa vida es la vida cómoda, que se manifiesta y se esconde!,
no cantes mi canción, no la cantes, busca la felicidad, olvídate de los pobres,
las gestas son individuales, los sueños son para los perdedores,
no cantes mi canción, déjala romperse entre la espesura de la nubes,
en las mismas huellas que no son más que soplos de brisas marinas,
pisadas que nadie vio pisar, no cantes mi canción, déjala morirse,
irse al olvido, alzarse como suspiro de sirena abandonada en la ciudad,
déjala que se aleje, no la cantes, no la invoques para nada, no te oye,
no oye nada que vaya más allá de las tristezas que roen el mundo,
no cantes mi canción, no la cantes, cántate, canta tu canción, invócate tú,
invoca a los creyentes que imbéciles necesitan creer para ser creyentes,
¡ah, así, la adulación, la ofrenda en el altar!, ¡ser risa y matar a los tristes!,
no la cantes, no cantes mi canción, herida porque nació herida, no muerta,
vencida porque la vida necesita de la sangre de los vencidos, ¡ah, mi canción!,
no la cantes, amor, no rompas la palabra amor, no la despeñes, déjala,
ella sola sabrá hundirse o elevarse, pero sola, no la toques, no la cantes,
no desperdicies los verbos, las salivas que no ven las sangres desparramarse,
¡pero sí, decir lo que se siente, nunca hacer lo que se quiere!,
¡se vive tan bien así, entre músicos, mercenarios, sacerdotes, intelectuales!,
no la cantes, amor, mi canción no la cantes, fornica con los sabedores,
mientras yo me muero compartiendo la vida con la vida que se muere,
preparando, lo dice la mirada que brilla mortecina, preparando siempre
la revolución pendiente,
¡álzate, cántate!,
pero no cantes mi canción,
sería la muerte
 



  
                                                       Quintín Alonso Méndez       

martes, 11 de febrero de 2014



El manicomio


Es azul el fuego de la tarde,
son violetas sus cenizas,
grises y nostálgicos sus entierros en las aguas.
Asusta el sendero invisible que lleva a la locura, a la más oscura de las nadas.
Ninguna mano te acompaña cuando la tarde inicia el camino hacia el vacío.
Ninguna voz te corta el paso, te llama, más bien la voz que te empuja, la propia,
la que cuando fue a nacer se encontró a las puertas del silencio, bajo un árbol,
frente a las verjas, todos los manicomios tienen verjas con enredaderas a los lados,
siempre se sabe volver a la soledad de casa, de la casa caída, la que nunca fue,
la que tiene clavada en su desierto de tierra abandonada un letrero, un reclamo,
un espantapájaros incitando a la sonrisa a que vuele, se aleje, y vuelva, volandera,
entre en la cama, cierre la puerta, abra las ventanas, y el tiempo es así, un círculo,
un tiempo pajaril de regresos, es azul el fuego de la tarde
son violetas sus cenizas
grises y nostálgicos sus entierros en las aguas

un pájaro acaba de traerme la noticia de un abrazo en el mar,
tierra adentro,

un loco sonríe adentrándose por el sendero que lleva a la oscuridad

                                                     Quintín Alonso Méndez

lunes, 10 de febrero de 2014



Amor


No amo. No amé. Nunca tuve la voluntad de amar.
No son ciertas estas rasgaduras que me desangran
ni ciertas son mis muertes por llegar tarde, la espalda perdiéndose en la oscuridad.
Nunca tuve el valor de tirar abajo las murallas, de dejarlas caer empujadas por la brisa,
por el férreo tesón de la mirada más dulce; estas ruinas no son reales,
son sólo migajas de los esqueletos de los pájaros que se acercaron al derrumbe.
Mis palabras que se abren en alas no son sinceras, nunca lo fueron,
se las he robado hebra a hebra a los cadáveres del amor, a la luz de los ojos,
a las ingenuas esperanzas de vivir, a las orillas débiles, desprotegidas del viento y el sol.
En ningún momento me propuse desnudarme, darme entero, ilusionado,
saltar al abismo, enredarme en las espirales de la gran sed, deshojarme en la miel.
No existió la voz deshaciéndose en la boca, la mano en la otra mano, no existe
la llamada insistente, no existe el nombre que agita el aire, rompiéndolo.
No es de verdad, no mata, esta tristeza que yo me busqué por no saber luchar.
No existo. No estoy. No amo, no es cierto que muera de amor



                                                     Quintín Alonso Méndez


domingo, 9 de febrero de 2014

                                                            Foto: Jorge García

Anochecer


Amanece, se despierta el silencio y se levanta, se va. Cierra la puerta, cruza la calle y se pierde en los bosques oscuros de lo que no volverá. En casa, el silencio se ha dejado la cesta de los sueños, los sueños desangrándose, un olor tenue que no dejará de latir. Ahí afuera, la vida quiere vivir, se ha llevado el silencio con ella, y el dolor ya se sabe, fuertemente amarrado a la piel, nunca se irá pero nunca hablará. Las horas repiten sus liturgias, puedes hundir la mano en el saco profundo del tiempo y sacar con la inocente mano un día, cualquier día, lo normal es que sea un día en blanco que ni siquiera tendrá fecha. Pero afuera, lo normal es buscar la felicidad. No conozco los bosques que hay al cruzar la calle, un día lo intenté, y al ir a cruzar la calle, pisé un pájaro, oí cómo me crujieron los huesos del corazón. La canción de tus labios entra por la ventana, vuela por la habitación, se sienta callada en el suelo, y mira, no deja de mirar cómo las palabras flotan en el aire, libélulas y mariposas que rozan apenas los libros, los silencios que se me caen de las manos, resbalando por los dedos, la canción de tus labios hace olas y tu cuerpo se hace a la mar. Amanece, el silencio se despierta y se levanta, se pone en marcha, cruza la calle y se pierde en los bosques oscuros, a buscarte. Un solo pájaro en la única rama del único árbol del bosque. La canción de tus labios es una vereda por donde se adentran los destinos, por donde vagan errantes los versos que nacen porque quieren saber de ti. En casa, amaneciendo se hace de noche, las violetas del paisaje caen sobre las aguas, las nubes son letras, suaves letras de algodón que dibujan tu nombre. Amanece en alguna otra parte, donde la vida quiere vivir, las suaves colinas acarician el gris del invierno, el frío es dulce pero araña el rostro, amanece, la sonrisa revolotea y se posa en el cristal, ahí el silencio es un pájaro de cristal
Las palabras callan, lloran, se hunden en el mar del papel, callan, lloran

Más allá de los bosques oscuros, la vida pasea por la vida, ahí el silencio es un pájaro de luz, adonde mis versos anhelan llegar y ver amanecer


                                                         Quintín Alonso Méndez